MARINA ABRAMOVIC Y LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN

(OPINIÓN)
Por Paco March / Foto: Comunicación David Galván
Que una artista del reconocimiento mundial de la serbia Marina Abramovic recale en Barcelona para presentar en el Liceo (tres días, aforo completo) una performance en la que se transmuta en el espíritu de la diva María Callas es, claro, noticia destacada en las páginas de cultura de la prensa y televisión catalanas, que da cuenta tanto de la rueda de prensa previa como de la primera de esas actuaciones, por cierto con gran éxito pese a ciertas discrepancias de los “puristas”, que en la ópera como en los toros, haberlos haylos.
Pero lo que la prensa y televisión catalanas -tan quisquillosas ellas cuando conviene- pasan por alto es el posicionamiento de la Abramovic con respecto a otra manifestación artística: la tauromaquia. Un posicionamiento que además, en esta ocasión, se ve realzado con la invitación a Barcelona de la artista a otro artista, el torero gaditano David Galván, que en correspondencia la obsequió con un capote de paseo.
Cuando en 2021 Marina Abramovic recogió el Premio Princesa de Asturias de Las Artes ya proclamó su amor por la tauromaquia e hizo mención expresa a la prohibición taurina catalana. “Amo las corridas de toros, simbolizan la oscuridad y la luz”, dijo antes de añadir: “Me entristece que en Barcelona las hayan prohibido, es muy estúpido prohibir una tradición así”. Es más, en el acto de presentación de su espectáculo en Barcelona, remató: “Estoy totalmente en contra de lo que hizo Barcelona, prohibir los toros. Han eliminado una parte fundamental de su cultura.”.
Si tales declaraciones hubieran sido en sentido contrario y como viene sucediendo con famosos y famosas, artistas e intelectuales de toda ralea y condición que manifiestan su aversión taurina, es fácil deducir, abundantes pruebas hay de ello, lo que habrían hecho esos mismos medios que silencian a la Abramovic cuando de toros (a favor) se trata.
Una de las varias acepciones de ese neologismo que se conoce como cultura de la cancelación tiene que ver con silenciar a personas cuyos comentarios se consideren inadmisibles. Y como para ciertos sectores sociales, políticos y mediáticos la tauromaquia es anatema… pues eso.
De cultura de la cancelación -un oxímoron en sí misma- Barcelona es una adelantada a su tiempo y con los toros como obsesión, ya desde aquella abracadabrante declaración de su Ayuntamiento como “ciudad contraria a las corridas de toros” (2004). Entre sus grandes hitos, la prohibición en 2015 de un cartel de Morante de la Puebla, torso desnudo y bigote daliniano, que promocionaba la Feria del Pilar.
Ser aficionado a los toros en Catalunya es un acto de fe. Es, además, sentirse señalado y cada cual lo lleva como mejor puede. Incluso siguen en pie peñas y entidades taurinas que mantienen actividad y una Escuela Taurina que es en sí misma un milagro y que viaja al exilio (Vinaroz en abril) para que los chicos y chicas que en ella encuentran refugio para sus sueños vean un pitón.
Por eso se agradece que personajes como Abramovic defiendan la cultura y la libertad, que eso es defender el toreo. Ocurre, pero, que Marina Abramovic dejará Barcelona y seguirá su periplo artístico por otros lares y la ciudad sin toros seguirá sumida en sus miserias.