EL DÍA QUE TALAVANTE ESCOGIÓ EL TORO DE PABLO AGUADO

(OPINIÓN)
Por Álvaro Acevedo / Foto: Miguel Navarro
Pablo Aguado y Alejandro Talavante no tuvieron inconveniente en departir con este periodista hace pocos días, obviando las críticas malévolas que de vez en cuando les caen de mi cosecha, más en el caso del extremeño que del sevillano últimamente. Ésa es la parte buena de que no te lea nadie.
El azar nos había reunido en torno a la celebración de un buen amigo, acto que tuvo mucho de entrañable y alegre, y muy poco de social, por fortuna. Y no pude resistirme a preguntarles por el toro del hierro de Talavante que lidió Aguado en el festival del 12 de octubre en la Maestranza, y que me pareció -así lo escribí en mi crónica- escogido para la ocasión. Y en efecto, tal cual me lo confirmaron ellos.
Lo excepcional del caso es que en esa elección tuvo incluso más que ver el ganadero (en este caso, compañero y rival en los ruedos de Pablo Aguado) que sus propios apoderados, la familia Vázquez, reconocida especialmente por su esmero a la hora de elegir el ganado de sus toreros. Esta vez fue Talavante el que asumió la responsabilidad tras rebuscar en las reatas más antiguas de su ganadería, repasar notas de vacas y sementales y decidir, finalmente, que ese toro pequeño y bajo, de cornamenta armónica, de pitón negro y mazorca blanca, con unos determinados orígenes y con una preparación física escasa era el ideal para el toreo de Pablo Aguado. Que ese animal podría tener el ritmo, la clase y el estilo que necesitaba ese torero en particular, y no otro. Ese torero torpe para el recurso, sobrado de sensibilidad, justo de experiencia, sustentado por el temple, amparado por la vitola.
En un mundo de batallas a veces encarnizadas, el proceder de Talavante fue de una generosidad excepcional, yo diría que insólita. Pero además fue la demostración de que hay personas que viven el arte de torear y el toro de lidia de una forma distinta, con una altura de miras superior. Que lo sienten, que lo aman, que lo observan como una pasión antes que como un negocio. La felicidad de seleccionar el toro ideal para un torero especial en una plaza única pesó más que cualquier tipo de rivalidad sucia, de navajazo y zancadilla.
A la misma hora que a Talavante le daban los tres avisos en Madrid, Pablo Aguado plasmaba la faena más exquisita de la temporada en la Maestranza. Cuando Alejandro llegó al hotel envuelto en un aluvión de críticas, quizá dibujara una sonrisa que no todos acierten a comprender. Bronca y dos orejas. Bien, torero.