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LA PLAZA ESTÁ PERDIDA Y EL PRESIDENTE, PEOR

Sevilla. Domingo de Resurrección. Toros de Núñez del Cuvillo para Morante, Talavante y Luque.

(CRÓNICA)

Por Álvaro Acevedo / Foto: Arjona-Toromedia

En tardes como ésta es imposible deslindar lo sucedido en el ruedo, con todo lo de alrededor. La Maestranza es una plaza definitivamente perdida, empezando por un desnortado presidente Gabriel Fernández y terminando por un público irreconocible. Entre medias, un arenero que pega naturales con la escoba mientras una pandilla de gileas le aplaude como si fuese Lorenzo Garza resucitado. ¿Quién? Déjelo, no importa.

Lo más inquietante es la aceleración de acontecimientos, o sea, lo pronto que la Maestranza ha perdido su alma. Aplaude cuando supuestamente toca y no sabe ni por qué, pide orejas sin ton ni son, y se deja escapar lo bien hecho como el torero no acompañe los pases con la voz. Si para colmo en el palco están peor que los de abajo, entonces apaga y vámonos. El hombre, o sea, sacó hasta tres veces el pañuelo para cambiar el tercio con un sólo puyazo. Menos mal que ni los clarineros le echaron cuenta…

A Morante le ovacionaron acabado el paseíllo, y ahí concluyó la pasión. El toro que abrió temporada fue devuelto y en su lugar, un sobrero de la misma casa tuvo recorrido y fijeza. Morante le pegó unos lambreazos bellísimos a la verónica, embraguetado, cargando la suerte. Conserva el maestro el ritmo en sus brazos y su pureza en la muleta, aunque no me gusta cómo la coge ahora con la mano izquierda, demasiado atrás. Por eso ya no la presenta tan cuadrada, que es lo bonito, pero el puñado de naturales dibujados en cuatro series fueron en ocasiones portentosos.

Lo hacía tan bien, tan limpio y clásico, tan para sí mismo, que la gente no acababa de enterarse. Asentía sin romper, y sólo cuando el torero se encaró con ellos y se embraguetó con el toro, fue cuando creció la faena. ¿Por qué se marchó el maestro a por la espada? No entendí ni a la afición primero, ni al torero después.

Acortó su faena al segundo de su lote, que ni le gustó de salida, ni cuidó en varas. Casi sin querer, le arrancó tres naturales buenísimos, y luego ya cortó por lo sano. Antes habían comparecido Alejandro Talavante y Daniel Luque en sus primeros toros. Hoy se ha toreado muy bien con el capote. El extremeño por ejemplo ha dibujado lances acompasados y un toreo por chicuelinas suelto y con mucho vuelo. Y Luque ha rematado un quite por cordobinas con una especie de circular con el capote vuelto citando muy en corto, que ha impactado en los tendidos por su lentitud casi irreal.

El primer toro de Talavante cantó la gallina, porque a veces la bravura tiene una duración limitada. El toro empujó en el caballo y tuvo brío en los primeros muletazos, cuando Talavante se dobló con él por bajo y luego lo enjaretó en redondo asentado de plantas. Demasiado cerrado en el tercio, el animal empezó a marcar la querencia y acabó aculado en tablas. Las faenas hay que plantearlas fuera de las rayas, maestro.

Podríamos afirmar que el quinto fue el toro de la discordia, pues la mayoría lo vio por encima de su lidiador. Yo opino lo contrario. Que se moviera más que sus hermanos no quiere decir que fuese mejor. Otra cosa es que la técnica de Talavante, demasiado evidente, lo hiciese pasar por bueno y al torero, por birlongo. Yo opino lo contrario, que el toro tuvo cierto nervio pero poca entrega, y más problemas de lo que parecía; y que Alejandro arriesgó bastante más de lo que se pensó la gente.

La única oreja de la tarde la cortó Daniel Luque, que empapa a los toros en su muleta con el pulso de un malabarista. La primera parte de su premiada faena fue magistral, hilvanando naturales con la embestida a dos dedos del trapo. Me gustó menos lo que vino luego, pues acortó la distancia demasiado pronto en un toreo de parón más efectista pero menos complejo. Le dieron una oreja y hasta le pidieron la segunda por una faena que hace diez años no hubiese merecido ni la música, tal era la falta de empuje y escaso trapío del cornúpeta, pero así está Sevilla y en farolillos puede ser peor.

Me gustó más en el sexto, porque aunque volvió pronto a acortar la distancia, lo hizo por la escasa pujanza del enemigo, logrando además muletazos larguísimos, soberbios con la mano izquierda, ante una media arrancada que prolongó hasta límites aparentemente improbables. La maestría es algo como esto, pero frente a un torero tan sobrado hace falta un enemigo de más fuelle, que imponga un poquito. Y para recuperar la Sevilla que yo conocí va a ser preciso un milagro…

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