(OPINIÓN)
Por Paco March / Foto: Carlos Núñez Delgado-Roig
Más de seiscientas mil firmas respaldan una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que el Congreso de los Diputados ha admitido a trámite y que pretende derogar lo que otra ILP consiguió en 2013, la declaración de la Tauromaquia como Patrimonio de Interés Cultural (PCI), aunque la primera pretensión de sus impulsores, la Federación de Entidades Taurinas de Catalunya con su presidente Luis Mª Gibert al frente -y escaso apoyo o directamente torpedeo de buena parte del sector, qué cosas- era proclamarla Bien de Interés Cultural.
De cualquier forma con tal declaración, que contó con los votos favorables de PP y UPN, contrarios de IU, ICV e independentistas y las abstenciones de PSOE y la extinta UPyD, el Estado quedaba obligado a garantizar la conservación y promoción de la Tauromaquia, protegerla y difundirla.
La campaña de recogida de firmas ahora llevada al Congreso se inició hace poco más de un año con promotores como Anima Naturalis, PACMA y colectivos animalistas varios con el apoyo entusiasta de grupos políticos de variado pelaje y acento, con Sumar y Podemos a la cabeza. El slogan elegido definía el propósito: “No es mi Cultura”. Que fuera la de otros, o, simplemente, que la Tauromaquia sea, en sí misma, Cultura con mayúsculas, se la trae al pairo. Menudas y menudo son.
Es más, uno de sus principales activistas es nada menos que el mismísimo Ministro de Cultura contradiciendo las obligaciones de su cargo, algo a lo que se ha dedicado en cuerpo y alma. O qué decir de la propia vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, que tiene como consejera áulica a Aida Gascón ,antes en PACMA y ahora al frente de Animal Naturalis (con el viejo conocido Leonardo Anselmi al mando de las operaciones y los sabrosos dineros de la Fundación Franz Weber como sostén).
Ése es el escenario y el telón se abre para que, en un plazo máximo de medio año, se lleve o no al Pleno parlamentario la susodicha ILP -todo apunta a que será que sí- y a partir de ahí empezarían las sesiones en la Comisión correspondiente, donde escuchar a las partes y a los “expertos”, ese adjetivo que con la pandemia llegó para quedarse -otra de las herencias semánticas de tal desdicha- convertido en lugar común en el que todo vale y todos saben.
Pasado ese trámite, que también puede durar algunos meses, y en el que me temo se van a revivir escenas y argumentos entre jocosos y patéticos ya sufridos en el Parlament cuando la prohibición catalana, la ILP se sometería a votación en el Pleno… y que Cúchares nos coja confesados.
La correlación de fuerzas y el análisis concreto de la realidad concreta -perdón por la terminología marxista- lleva a intuir que, dado el caso, el futuro de la Tauromaquia estaría al albur de esa aritmética parlamentaria en la que en ocasiones dos y dos no son cuatro. Tanto si fuera votación cerrada y en bloque como si lo fuese abierta y sin disciplina de partido (como ocurrió en el Parlament) y atendiendo a los posicionamientos sobre el tema de sus graciosas señorías, los grupos a los que representan y los cambalaches habituales, las incertezas son muchas. La preocupación, también.
Una preocupación en la que como elemento de confrontación perpetuo y alimentado desde ambos bandos, las dos Españas machadianas están muy presentes, aunque desde parámetros distintos en los que habitualmente se reconocen. Los unos, en su cruzada salvadora; los otros, en su cruzada abolicionista. Y en ambas, clichés tan antagónicos como unidos en la demagogia y la manipulación.
En lo ideológico -por llamarlo algo y para resumir- la derecha alineada con la Tauromaquia, apropiándose de ella, con adalides como Isabel Díaz Ayuso; y la izquierda alienada -sí, la “e” antes de la “n”, no después- en un antitaurinismo puritano y cateto, Urtasun al frente.
Todo eso, además, con el Planeta, no sólo el de los toros, en combustión. Átense lo machos.