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CASTA SIN DEMAGOGIA

Madrid. Toros de Lagunajanda para Manuel Escribano, Joselito Adame y Alejandro Peñaranda, que confirmaba la alternativa.

(OPINIÓN)

Por Álvaro Acevedo / Foto: Plaza 1

La casta es un comodín muy manoseado con el que algunos pretenden justificarlo todo. Si un toro tiene peligro no es porque tenga casta, y si embiste con fuerza pero a media altura, sin entrega, tampoco. La corrida de Lagunajanda fue sobre todo encastada, y aquí vale el calificativo sin un ápice de demagogia: no impidió el toreo, y por supuesto, tampoco lo regaló.

Me llamó la atención -para bien- que los veterinarios aprobaran por ejemplo el primer y el tercer toro, uno precioso, de una armonía impecable, más de Sevilla que de este Madrid de ahora; y el otro, vareado pero no por mal comido, sino por ser fino de cabos. En un cartel de figuras jamás hubieran pasado el reconocimiento, y por supuesto si salen al ruedo se arma la mundial. El público respetó la salida de ambos toros, de evidente contraste sobre todo por ofensividad de pitones con los imponentes cuarto y sexto, que no obstante tenían muy buenas hechuras, como todo el lote.

La corrida -excepto el de la confirmación de Alejandro Peñaranda, que pudo acusar una banderilla metida en el agujero de la puya- galopó una barbaridad, si bien algunos toros mansearon en el caballo, particularmente el bello cuarto, que se dolió con descaro; y el quinto, que incluso le pegó algún regate al picador. Otros en cambio, como el sexto, empujaron con fijeza y celo, y la realidad es que ningún toro se rajó, defecto que no se debe confundir con que el animal, después de embestir setenta veces de manera incansable, en un momento dado se desentienda levemente de los engaños muy al final de faena.

En la muleta me gustaron mucho segundo, quinto y sexto, uno para cada matador, mientras que el primero ya he comentado que se paró; el tercero, muy móvil, repuso más de la cuenta aunque tuvo un buen pitón derecho; y el quinto, también con buenas embestidas sueltas, se rebrincó exageradamente. Con éste, Escribano se fue a portagayola, puso un gran par al quiebro y rubricó su meritoria faena con una buena estocada, como también fue notable el volapié de Adame al quinto. De los varios cientos de embestidas que sumaron entre los seis, yo al menos no recuerdo una sola en la que un toro fuera al cuerpo del torero.

La corrida fue muy pronta, tanto que varias veces sorprendió a los tres matadores sin estar colocados. Resulta que, con la muleta retrasada, se ponían a buscar la distancia en la que ellos querían empezar las tandas, que no tenía nada que ver con la distancia que les estaban pidiendo los toros. Y si la serie empezaba mal, ya no había manera de enderezarla. Además, su raza hacía que se descompusieran si tocaban los avíos, pero en cambio embestían con ritmo y entrega, haciendo el avión, si el torero los llevaba con pulso y por abajo. Porque no hemos hablado de esto todavía, pero es que hubo toros con mucha clase, una clase que los toreros habían de descubrir, pues delante no tenían la tonta del bote.

Manuel Escribano le pegó naturales estupendos a su primer toro, que fue un gran toro, pero la faena no cuajó; y lo mismo le pasó a Joselito Adame en el quinto, al que en cambio le dio dos series ahora de redondos muy logrados a otro toro de nota alta, con un pitón derecho excelente. El problema no fue ya una cuestión de falta de mensaje, sino que cada error en el pulso, en la distancia, en las alturas o en la colocación fue penalizado por unos toros que embistieron mucho, pero que sólo lo hicieron bien cuando eran bien toreados.

El de más duración y el más templado y noble fue el sexto, de tremenda arboladura, destartalado, pero no mal hecho. Con él, un prometedor Alejandro Peñaranda comenzó decidido pero amontonado, cosa lógica por su inexperiencia, hasta que se centró y le cogió el sitio y el ritmo, para torearlo con muy buenas maneras en series limpias, de muleta planchada, que bien hubiesen merecido la oreja incluso con esa estocada final desprendida. Dio una valiosa vuelta al ruedo y el mayoral de Lagunajanda debió salir a saludar. Por sus hechuras e interesantísimo comportamiento, por esa exhibición de casta sin demagogia con sus buenos goterones de clase, María Domecq ha lidiado una de las corridas de la feria.

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