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MIRANDO A COLOMBIA… CON PREOCUPACIÓN

(OPINIÓN)

Por Paco March

La Corte Constitucional de Colombia ha refrendado, por unanimidad, la Ley de 2024 que prohíbe la tauromaquia en todas sus formas y también las cabalgatas y las peleas de gallos, dando un plazo de tres años a estos últimos. El argumento (sic) para la prohibición es que “los procedimientos utilizados en tales espectáculos socavan la integridad de formas de vida no humana”.

Hay que deducir, dados los antecedentes, que esa vida “no humana” no se refiere a “vida extraterrestre” sino a “vida animal”, aunque vaya usted a saber. De vidas humanas o, más bien, de “muertes humanas”, en Colombia saben mucho, no en balde es el segundo país, tras Myanmar (antes Birmania) con mayor índice de criminalidad del mundo mundial, algunos puntos por encima de México, que va tercera en tan macabra tabla y cuyos gobernantes también tiene el toreo en el punto de mira.

De punto de mira, por cierto, sabe mucho el Presidente de Colombia, Gustavo Petro, muchos años combatiente de la guerrilla M-19, grupo armado surgido en 1973 y que combatió al poder político y económico de su país a sangre, fuego y secuestros y con financiación del narco. Petro, cuando en 2024 la Ley ahora refrendada constitucionalmente fue aprobada en el Congreso de la República (Senado y Cámara de representantes), proclamó ufano: “la bandera animalista se transformó en parte del movimiento progresista”, añadiendo que “es un paso importante en la lucha por la dignidad y el respeto de la vida en todas sus formas”. Un sarcasmo, dada su biografía.

De la tradición y relevancia taurina de Colombia dan fe sus plazas, sus toreros y sus ganaderías de bravo. En la Santa María de Bogotá; Cañaveralejo en Cali; Medellín; Cartagena de Indias; Manizales… y tantas otras repartidas por toda su hermosa geografía, desde sus selvas amazónicas a los cafetales, la cordillera andina o las playas caribeñas y pacíficas han toreado los toreros nacionales y las figuras de todas las épocas, con el bogotano César Rincón entre ellas. En esa tradición, en esa historia, en esa cultura, en esa libertad, se cisca ahora el poder político para proteger -dicen- “todas las formas de vida”.

Mirando desde España a Colombia, también a México, a Ecuador, a Venezuela -Perú, aún como bastión- no queda otra que hablar de inquietud y/o preocupación. Y no como estado de ánimo sino como alerta que debe ser también actuación previa y capacidad de respuesta a la que se avecina, que no es otra que la llegada al Congreso de los Diputados para su trámite y posterior votación de la ILP que, auspiciada por grupos animalistas y grupos políticos de esos que Petro llama “progresistas” y bajo el inequívoco epígrafe “Misión Abolición” ha recogido setecientas mil firmas. Grupos que han convocado para el próximo día 20 (un día antes de que Serafín Marín, torero catalán, abanderado de la lucha contra la prohibición en Cataluña y proscrito por el propio sector que lo “utilizó” en su día, haga el paseíllo en Las Ventas) una concentración que prevén “multitudinaria” de rechazo al toreo y a favor de su abolición.

Ya no vale con comunicados, ni tuits, ni proclamas patrióticas. Tampoco, con la tan aireada frase “cada vez van más jóvenes a los toros”, ni, por supuesto sino todo lo contrario los gritos coreados contra el Presidente del Gobierno o a favor de tal o cual dirigente. Se trata de articular una respuesta unitaria y congruente. Y urgente, muy urgente.

Una respuesta en la que eso que se da en llamar “altura de miras” debería ser el cortafuegos para cortoplacismos, intereses y egoísmos, y así dotarla de la fuerza necesaria en envites que se presumen arduos. El “sector” somos todos, profesionales y aficionados (tan dados al dedo rápido en las rr.ss.) y también una prensa taurina, generalista o especializada -la que resiste- a veces en entredicho en su credibilidad.

En el último tramo de una temporada que, con sus claroscuros, ha dado momentos, faenas, corridas, toros… para el recuerdo (positivo), como la, en general, buena afluencia a las plazas, el reto para el inmediato futuro y en el que se juega el futuro en sí mismo, nos convoca a todos. La de Colombia es, tal vez, la última señal.

 

 

 

 

 

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