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TOREAR ES MÁS DIFÍCIL QUE ARRIMARSE

Sevilla. Toros de Victoriano del Río para Juan Ortega, David de Miranda y Pablo Aguado.

(CRÓNICA)

Por Álvaro Acevedo / Foto: Arjona-Toromedia

Cortaron una oreja cada uno Juan Ortega y David de Miranda, el primero toreando y el segundo, arrimándose. Lo de dejarse llegar los toros muy cerca y no moverse tiene mérito; pero torear de verdad, lento, profundo, ligado y reunido, es más difícil. Y además necesita de un toro bravo. Lo otro se le puede hacer incluso a un mulo con cuernos si el torero tiene ese valor y ese sitio delante de la cara del toro.

En relación a David de Miranda, el toreo propiamente dicho sólo fluyó de su capote, porque con el ímpetu de las primeras arrancadas aún no se veía la clase de mamotreto sin raza que iba a ser el toro al que le cortó la oreja. Unos lances a la verónica limpios, de buen aire, volvieron a evidenciar que su fuerte es el capote, por mucho que luego se arrime con la muleta.

Y se arrima además con un valor frío impactante. Es decir, no alardea de lo que hace, mientras que a otros se les desencaja la mandíbula cuando pisan ese sitio. Lo más torero de su faena fue el comienzo, unos ayudados rodilla en tierra muy limpios y templados. Pero en pie sufrió el deslucimiento del toro. Como iba siempre con la cara altísima, le tropezó la muleta en la primera tanda y lo desarmó en la segunda. Luego al animal, patilargo, corto de cuello, se le acabó el escaso motor que tenía y se convirtió en casi un marmolillo de menos de media arrancada, insulso, distraído, sin querer pelea. El onubense apenas podía correr la mano pero moverse, amigos, no se movía. Y entre medios pases a un toro con la cara por las nubes, parones ojedistas, luquecinas y bernadinas continuó la faena, muy jaleada por un público emocionado con la impavidez de este torero honesto, hierático y ahora absolutamente de moda. No sonó la música y ni siquiera nadie la solicitó, pero tras espadazo caído la petición de oreja fue unánime.

La otra fue a parar al esportón de Juan Ortega. Se la cortó a un toro bravo y la faena tuvo una intensidad desgarradora, la resultante de un toro que se come la muleta y un torero que lo somete, que ralentiza su embestida, que lo lleva en redondo y por abajo. Algo así en mi opinión es torear. Dos lances y media sacudieron al gentío en el quite, y un doble inicio por bajo, el primero ayudado y el segundo a una mano por el mismo pitón, yo no sé si le vinieron bien al toro pero la gente rodó por los tendidos.

Con la mano derecha su toreo ligado en redondo alcanzó cotas de una hondura conmovedora en tres series sensacionales, fundiéndose el clasicismo del torero y la raza del toro, que lo entregaba todo sin regalar nada. Hasta cinco y seis muletazos engarzados, con la muleta por delante, compusieron esos tres ramilletes de muletazos diestros, el primero abrochado con un trincherazo cumbre; el segundo, con un pase de pecho rodilla en tierra; el tercero, con el obligadísimo de pecho después de una tanda ya demasiado larga. Por en medio, un intento fallido al natural con el toro más molestito y el torero menos acoplado. De su honda faena, sólo le afeo que no volviera a intentar cogerle al toro la izquierda, porque en un excepcional muletazo final por ese lado el toro respondió y Juan bordó el toreo. Cortó una oreja con petición de otra después de estocada caída.

Impresentable de hechuras el que abrió plaza además de medio inválido, no debió ser aprobado en el reconocimiento veterinario tal era su fealdad, pero  perpetrado el crimen, al menos tuvo que ser devuelto a los corrales por su escasez de fuerzas. Se lo tragó enterito el presidente y Ortega se estrelló. Estrellado también el bonito tercero de la tarde, pero esta vez contra el burladero, tuvo que ser devuelto al partirse un pitón por la mazorca, y en su lugar salió un camión de toro al que le fue imposible mover su osamenta con cierto ritmo. Pablo Aguado, que había deleitado en dos moribundas chicuelinas en el toro de David, anduvo fácil, siempre en torero, y mató con limpieza.

 

Tras la por momentos fantástica faena de Ortega al ya referido cuarto toro, el quinto se movió mucho pero sin clase; y el sexto humilló más, pero tardeó y le faltó entrega. Con uno, David estuvo voluntarioso, valiente y torpón, dejándose coger mucho la muleta. Lo mejor, el quite que le hizo a su banderillero Cándido Ruiz cuando éste cayó al suelo a merced del toro.

Otro susto, éste de más envergadura, llegó cuando Francisco Javier Araujo fue cogido por el burraco coletero que cerró plaza, saliendo del trance magullado y herido pero de poca gravedad para lo que podía haber pasado. Sonó la música cuando Salvador Núñez, un verdadero picador de toros, echó el palo por última vez en su carrera, y tras brindarle Pablo Aguado su faena, el sevillano dibujó un ramillete de muletazos con un gusto, prestancia y sabor con lo que hay que nacer. No cuajó nada, pero como ahora se cree lo que hace, hasta en las tardes sin fortuna deja su huella en el ambiente. Porque hay una minoría que prefiere una tapita de jamón a un bocadillo de mortadela. Afortunadamente.

 

 

 

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1 comentario. Dejar nuevo

  • José Manuel Hidalgo Lopez
    27 de septiembre de 2025 10:59

    A mi me impresionó David de Miranda. Por mucho menos se le regalaron Puertas del Príncipe a Castella y Talavante. En mi opinión Sevilla cicatera

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