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CURRO VÁZQUEZ: ¡QUÉ TORERO!

Firma invitada

(OPINIÓN)

Por Paco March / Foto: Plaza 1

Cuando en los días previos a su retirada de los ruedos (en la carabanchelera Vista Alegre) su amigo el cineasta Agustín Díaz Yanes le preguntó a Curro Vázquez como le gustaría que le recordaran, éste respondió: “Con que me nombren de vez en cuando y digan que he sido un buen torero, me conformo”.

Veintitrés años después y apenas asimilado el torrencial de toreo y el volcán de emociones vistos y vividas, mañana y tarde, el pasado domingo en Las Ventas, me detengo en Curro Vázquez, cuya sola presencia en el ruedo, rubia la poblada y bien peinada cabellera, hecho un brazo de mar en su traje campero, el sombrero de ala ancha en la mano derecha, el andar sereno y a compás en el paseíllo, eran premonición del toreo que estaba por llegar. Y fue un temblor, del que participaron también miles de jóvenes que nunca lo vieron en directo.

Curro Vázquez fue -como él quería que se le recordase- un buen torero y tantas tardes y esa mañana de octubre en Las Ventas también, un grandioso torero. Una consideración que en tiempos demagógicos como estos no tendría significado si no viniera apoyada en datos, hechos incuestionables, faenas para el recuerdo, petardos para olvidar, verónicas de hondura sobrecogedora, el natural largo y solemne, el trincherazo. Escribo trincherazo, el trincherazo de Curro Vázquez, y doy un respingo, en la silla.

Al efecto aún permanece en mi recuerdo, como -seguro- en el de muchos aficionados catalanes, la tarde mediados los ochenta en la que Curro Vázquez toreó con una intensidad fuera de lo común a un bravo toro de Baltasar Ibán en la Monumental de Barcelona. Curro, sanguíneo el rostro, pleno de torería, pecho y muleta por delante, llamaba al toro del punta a punta del ruedo -si es que en un ruedo hay puntas, pero ya me entienden-, y al llegar a jurisdicción lo embarcaba en naturales desgarrados y redondos en el mismo palo. Fue una faena corta, la que debe ser cuando toro y torero se entregan en plenitud; y los tendidos, un clamor. Ese clamor gozoso vivido en La Ventas.

El toreo de Curro Vázquez, y también el hombre, estuvieron a punto de perderse el 2 de junio de 1983 en Las Ventas cuando un toro de Alonso Moreno hundió el pitón en la femoral y la safena y por el boquete de la herida brotaba sangre que se confundía con el grana de la seda de la taleguilla. La vida en un hilo y manos sabias y salvadoras que la sostuvieron, junto a una férrea voluntad, devolvieron a Curro a su lugar en los ruedos, apenas dos meses después, en Santander.

Tardes de gloria y tragedia, torero de cornadas (tres de ellas con la misma fecha en el calendario, 18 de julio, como para no creer en gafes), y algunas de broncas homéricas y tan toreras. Como las seis bronca seis que se llevó en Las Ventas el 2 de mayo de 1990 en la que tuvo que lidiar seis toros en un mano a mano con Esplá en el que el alicantino se fracturó el tobillo a la salida de un par de banderillas en su primero. De todo ello me acordaba en los días previos, las horas previas, a este domingo 12 de octubre que, por tantas cosas, ya es historia dorada del toreo. Y en ello sigo.

Ya pasó y vuelve a salir Curro Vázquez a la calle con su porte distinguido, ese que captó Díaz Yanes en la secuencia final de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” (junto a Antoñete, Michelín, Macareno, Pacorro y, en medio, Victoria Abril) y quien se cruce con él, sepa o no quién es, dirá para sí: ahí va un torero.

Un torero y ¡qué torero!, al que definen sus palabras: “Si la profesión de torero fuera amateur y nadie cobrase, yo hubiera sido torero”.

 

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