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ROSA GIL Y CASA LEOPOLDO, REEENCUENTRO ENTRE AMIGOS, FADOS Y COPLA

Firma invitada

(OPINIÓN)

Por Paco March

Casa Leopoldo se llenó de amigos y clientes para reencontrarse con Rosa Gil, santo y seña de un restaurante que tras su adiós hace ahora siete años pasó, de mano en mano (alta cocina, comida china) hasta que en marzo de 2024 el Grupo Banco Boquerones reabrió manteniendo fidelidad al pasado y espíritu renovado (el homenaje y la comida dan fe). Y allí estábamos -el alcalde Collboni incluido- para homenajear a Rosa con memoria y sin nostalgia y, de paso, volver a degustar la sepia con albóndigas o el rabo de toro.
Porque Rosa Gil y Casa Leopoldo son historia viva de Barcelona.

Hubo una vez una Barcelona abierta, que vivía y dejaba vivir, ejemplo de libertades incluso cuando estas eran negadas y perseguidas. En aquella Barcelona que lenta, inexorable y tristemente se está perdiendo también había corridas de toros, hasta en tres plazas a la vez. En esa Barcelona y en pleno barrio chino (antes Distrito V, ahora Raval), en 1929 Leopoldo Gil, turolense y ferroviario de la CNT, fundó en la calle Aurora la casa de comidas que años después sería Casa Leopoldo.

Rosa Gil se puso al frente de Casa Leopoldo en los noventa, tras la muerte de su padre German Gil “El Exquisito”, torero de postguerra en campos de Salamanca, ayudado por el patriarca de la dinastía Balañá. Según cuentan quienes le trataron, pocas veces un apodo responde con tanta fidelidad a la persona, a la personalidad.

Rosa siempre ha sido, sigue siendo, una mujer echá p’alante. Se casó con José Falcón, torero portugués de recio valor y el matrimonio duró sólo ocho meses: el 11 de agosto de 1974 cayó mortalmente herido por el toro “Cuchareto” de Hoyo de la Gitana, siendo así el último torero muerto en la Monumental de Barcelona.

José Falcón se había establecido en España huyendo de Portugal pues -aconsejado por Rosa- y pese a que estaba prohibido, había matado un toro en su país, en festejo mano a mano con Amadeo dos Anjos. Tomó la alternativa en 1968 y hasta la fecha fatídica de Barcelona, su carrera estuvo marcada por la entrega, el valor, los percances y el mal trato de las empresas. El cartel de esa corrida permanece en las paredes del comedor principal de Casa Leopoldo, el restaurante por el que han pasado poetas y militares, obreros e intelectuales, falangistas y comunistas… Allí acudía diariamente a comer -siempre con una puta distinta- y escribir su novela “Al margen”, André Pierre de Mandiargues y en sus mesas se sentaron políticos, músicos, futbolistas, toreros, Caracol y Lola Flores (de cuyas broncas fue testigo Rosa).

Pero, sin duda, fue Manuel Vázquez Montalbán y su detective Pepe Carvalho quien lo puso en las guías turísticas y gastronómicas. Vázquez Montalbán devolvió a los rojos el placer de comer bien sin tener que justificarse y Casa Leopoldo fue su templo. En Casa Leopoldo se compraba en el vecino Mercado de la Boquería, cuando la Boquería era mercado y no carne de selfie. Sus recetas, sus platos, herencia de la antigua casa de comidas, la del abuelo Leopoldo en la sala y las mujeres en la cocina. Rosa siempre estuvo arriba, entre las mesas, con los clientes.

Allí, en un rincón de uno de los salones decorados con fotografías y carteles de toros, la mesa de Vázquez Montalbán (con su foto en la pared, acompañado por Eduardo Mendoza y Juan Marsé) objeto de deseo a la hora de hacer la reserva por parte de los más fetichistas. Y allí, también tertulias organizadas semanal, mensualmente, por grupos de habituales, para hablar de todo, en celebración lúdica de amistad y conocimiento. Una de las que duró hasta el final, la de “La lamentable peña”, con crítico teatral, escritor, periodista, abogado y hasta un maestro chocolatero entre sus componentes.

Casa Leopoldo fue durante años lugar de encuentro taurino en la ciudad ahora sin toros. Los aficionados, de aquí y de otras geografía taurinas, acudían a Casa Leopoldo por su gastronomía y porque allí la conversación estaba arropada por la historia, el ambiente. En Casa Leopoldo el toreo se sentía, se escuchaba, se olía y se degustaba en el estofado. Pasaron todos: toreros, apoderados, ganaderos, empresarios, periodistas y aficionados, en la mensual “Tertulia del Tendido 2”. Y de Casa Leopoldo partió una nutrida comitiva camino de La Monumental la última tarde de toros en Barcelona.

En el homenaje a Rosa Gil faltaron los que ya no están o no pudieron venir, pero allí estaban, entre muchos, Eduardo Mendoza, Carme Ruscalleda, Daniel Vázquez Sallés (hijo de Manolo Vázquez Montalbán) o Salvador Boix (que pasó a Rosa la llamada telefónica de José Tomás). También Pedro Balañá, reaparecido para la ocasión.

Un homenaje a Rosa Gil no podía, no debía acabar con solemnes discursos. Por eso, Rosa entonó, firme la voz y la emoción en todos, un fado y una copla, Romance de la otra.
Genio y figura.

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