Sevilla. Novillos de Julio de la Puerta para Valentín Hoyos, Fabio Jiménez y Cristian González.
(CRÓNICA)
Por Álvaro Acevedo / Foto: Arjona-Toromedia
Desde la primera vez que vi torear a Fabio Jiménez -en Villaseca de la Sagra hace dos años- me lo imaginé vestido de torero en la Maestranza, porque todo lo que hizo o pretendió hacer aquella tarde llevó el sello del clasicismo, de la pureza. Si había un poco de suerte, sus maneras no pasarían desapercibidas en Sevilla, y a fe que tal como lo intuí, sucedió esta noche en la última novillada del tórrido mes de junio de 2025.
Con el mismo vestido tabaco y oro de aquella tarde -cómo canta a padrino rico cuando un debutante estrena traje en Sevilla habiendo pegado cuatro pases- deslumbró tras una torerísima faena al utrero de su presentación en el Baratillo, un jabonero sucio de Julio de la Puerta noblote, soso, costándole repetir y a veces también humillar, pero que sin embargo le valió a Fabio para encandilar a la afición con un toreo de muchísimos quilates.
De capote había dibujado lances con enjundia tanto en el recibo como en el quite posterior, echando la bamba a su tiempo y templando la embestida con sabor y poso de torero caro. Hubo además una media lentísima, antes de ratificar ya con la muleta todo lo que había apuntado en los primeros tercios. Entre ambos momentos, el novillo hirió de gravedad a El Topas en un par de banderillas, posiblemente al caer el animal sobre el torero de plata después de voltearlo. Fabio construyó una faena medida -ni un muletazo de más, ni de menos- clarividente, al darle al novillo su sitio y su tiempo precisos, marcada por la pureza de los cites, la hondura del embroque y la suavidad del trazo.
Fabio Jiménez toreó con temple y maneras en redondo, con la muleta muy planchada, con armonía y clase; pero incluso se superó con un puñado de naturales soberbios que partían de una colocación excepcional, siempre cruzado y dándole el pecho a su oponente, echándole luego con mimo el vuelo de la muleta, y llevándolo con naturalidad y gusto, sin retorcimientos, ni voces. Sin el menor atisbo de violencia. El riojano consumó un par de series de muchísima categoría en una labor de menos a más en la que fue clave no atosigar al animal, consentirlo, convencerlo por las buenas de que debía seguir el engaño que manejaba Fabio con tacto y buen gusto. Fue el concepto, sí, pero también la inteligencia, pensar en la cara del toro.
Cuando se fue a por la espada ya había dejado en los tendidos ese ambiente, ese murmullo que se oye cuando alguien, sea quien sea, es capaz de plasmar en un ruedo el toreo cabal, el que nunca pasa de moda, el que se distancia por su calado y dimensión de tanta y tanta bisutería. Pero antes de perfilarse para la suerte suprema tuvo tiempo el chaval de Alfaro de consumar una serie final sencillamente exquisita, adelantando mucho la pierna contraria y toreando con todo el pecho por delante para rematar detrás de la cadera con una flexibilidad de cintura y de muñeca que no se ve todos los días. La estocada, impecable, culminó como está mandado su categórica faena, tras la que cortó una oreja que debería valer su peso en oro.
Después de ver torear de esa manera ya lo demás es más complejo que te guste, aunque ello no quiere decir que no pueda tener su mérito. Dos novilleros corpulentos -Valentín Hoyos y Cristian González- flanquearon en el paseíllo a Fabio Jiménez, al que también por cierto le acompañan las hechuras, porque para ser torero es mejor primero parecerlo. Hoyos tiene oficio y con la espada es un cañón. Además, siempre da la sensación de que es capaz de resolver la papeleta, ahora con el novillo, y cuando llegue el momento, con el toro. Le tocó el peor utrero de la tarde, que fue el que abrió plaza, mansurrón, áspero y desparramando la vista. Le dio trabajo en la brega a Manuel Larios, que anduvo bien, y en el último tercio huyó enseguida a donde le empujaba su mansedumbre, la zona de tablas junto a chiqueros. Valentín se había doblado con poderío, muy capaz, y luego le presentó batalla con decisión en su querencia, arrancándole alguna tanda meritoria.
Debió acabar antes su faena y también la del cuarto, un jabonero muy bonito, éste noble y franco por los dos pitones. Hoyos empezó de rodillas con una buena tanda con la diestra, y ya en pie toreó con firmeza y ligazón, sobrado de ganas, falto en general de sello, pero sin embargo logrando algunos muletazos notables, especialmente cuando aparcó las prisas, se puso más derecho y pulseó la embestida. La estocada fue fulminante, de las que pueden valer una oreja, como así fue.
Vestido con un reluciente blanco y oro que sin embargo hacía más evidente que el joven tiene dos muslos como columnas de Hércules, se presentó en Sevilla Cristian González, cuya voluntad no fue suficiente para aprovechar al mejor lote del muy manejable encierro de Julio de la Puerta, compuesto por un coloraito gacho, más de festival que de novillada picada; y un sexto precioso de cara y también de muy buena embestida. El salmantino dio muchos pases pero con poco mensaje, le costó asentar los pies en un par de puntuales miradas de sus dóciles oponentes, y evidenció que su presentación en una plaza como Sevilla fue cuanto menos precipitada.
Como por desgracia ya no habrá más novilladas en el Baratillo hasta 2026 (quedan lejos aquellos años en los que Diodoro Canorea celebraba festejos menores en agosto, septiembre y octubre) no podremos volver a ver de momento a Fabio Jiménez, que en el quinto, un novillo brusco y sin clase, demostró que ni frente a enemigos a contra estilo pierde su concepto, señal de que lo tiene muy interiorizado. Así, a fuerza de serenidad, colocación e incluso valor -aguantó sin pestañear cada vez que el burel se le vino incierto, desparramando la vista- fue capaz de aminorar los cabezazos del animal, que acabó embistiendo mejor de lo que empezó gracias al buen hacer del novillero. Muy mal ahora con la espada, sin convicción ni garra, emborronó a última hora una faena de mucho fondo este riojano que ha caído de pie en su presentación en Sevilla.










































