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UN TAL FABIO EN VILLASECA

(OPINIÓN)

Por Álvaro Acevedo / Foto: José Luis Cárdenas

Ayer comenzó el Alfarero de Oro de Villaseca de la Sagra, un prestigioso ciclo de novilladas por el que pasarán muchos jóvenes dispuestos a triunfar, que es lo que exigen apoderados, empresas, periodistas y demás familia del negocio taurino. La cuestión es cómo llegar a ese triunfo, si pegando muchos pases o pegando los justos, pero muy buenos.

Me hago la pregunta tras gozar del excelente concepto del toreo que desplegó un tal Fabio Jiménez, riojano al que algo se le ha tenido que pegar de Diego Urdiales. Ya le vi el año pasado en San Agustín del Guadalix y me causó una impresión magnífica que ahora ha ratificado. Muy bien vestido, con un traje tabaco y oro torerísimo, dibujó un toreo de un clasicismo y templanza realmente maravillosos. Para torear así lo primero es sentir el toreo de esa manera: si usted no lo siente, ya puede acostarse con Lagartijo que no hay manera, como le dijo El Guerra a Mazzantini. Y luego, que el toro embista. El primer novillo de su lote de la divisa de Cebada Gago tuvo la finura morfológica del mejor origen Núñez y también la buena clase del encaste. Pedía tiempo y pulso, pero cuando metía la cara lo hacía con una calidad soberbia. Pese a su inmadurez, Fabio Jiménez bordó el toreo por momentos.

¿Cuántos compañeros de escalafón e incluso del escalafón superior hubieran estado a la altura del utrero de Cebada Gago? Una minoría, porque el talento artístico siempre es un bien escaso. Fabio Jiménez, primero por lances muy sentidos, y después con un puñado de naturales antológicos, me generó la misma ilusión que en su día me despertaron novilleros desconocidos como por ejemplo Juan Ortega y antes Jiménez Fortes.

La cuestión no es si llegará a ser un torero importante, eso está ya en manos de él mismo y también del destino. De lo que quiero dejar constancia en este artículo es de la esperanza que supone para un aficionado encontrarse de repente con un muchacho que no piensa ni en las orejas, ni en el triunfo, sino en hacer el toreo con hondura, templanza y pureza desde la colocación hasta el remate de todas y cada una de las suertes. E insisto en que no es sólo una decisión del aspirante a torero, sino una cuestión genética: hay que llevarlo dentro. Cuando este tipo de toreros cuaja, su paso por la Fiesta deja huella.

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