Bilbao / El Puerto de San Lorenzo
(CRÓNICA)
Por Juan Carlos Gil / Foto: Estefanía Azul
Morante sembró la luz en la negrura de la tierra de Vista Alegre con tres verónicas arrebatadas en la forma y templadas en el fondo, geniales de estructura y perfectas de ejecución. Echó los vuelos a media altura y detuvo la embestida de su oponente en mitad de la suerte para recrearse en ella con esas muñecas que son empujadas por una cintura a la que sólo le sobra compás a raudales.
Fueron tres verónicas de quedarse ronco por su parsimoniosa lentitud. Y luego, cuando el toro de trote bobalicón se quería marchar por el pitón derecho, le crujió una media mecida con el son melódico con el que se duermen los angelitos taurinos. Este cuarto del festejo, alto y rajado como casi toda la corrida, no se dejó encelar en la hechizante muleta de Morante. No obstante, el de La Puebla, adivinando que se iba a rajar pronto, se puso a torear con la diestra como si el del Puerto de San Lorenzo valiera algo. Asentadas las zapatillas y sin enmendar la planta se enroscó la embestida milimétricamente y brotaron, como por ensalmo, tres derechazos reunidos, ligados y embrujados por ese toque especial de los genios. Y los otros tres fueron del mismo porte pero tan ceñidos que la pala del pitón limpió el oro del bordado de su taleguilla. No hubo más porque cuando al toro le dolieron los riñones de perseguir la seductora muleta de Morante se rajó irremediablemente y la obra no se culminó como todos esperábamos.
Al margen de la lección artística, la batalla del valor que se libró entre Manuel Escribano y Roca Rey y tuvo sus matices, pues ambos disfrutaron de un ejemplar cada uno que les permitió mostrar sus argumentos taurinos. Manuel recibió a los dos de su lote a portagayola, y al primero le enjaretó varias verónicas muy templadas y limpias. Luego se dejó el toro sin picar y se movió con mucha emoción, más por el genio que por la bravura. Con esos mimbres Escribano cuajó una faena poderosa en la que sobresalieron varios derechazos de mano baja, mandones y largos como la autovía de La Plata. No se entendió igual por el lado izquierdo pues por ese pitón el del Puerto soltaba la cara y punteaba en exceso la muleta de su matador. Su segundo oponente se desfondó en la muleta, pero antes, Manuel protagonizó un vibrante segundo tercio sobre todo por un arriesgado y ajustado tercer par por dentro del que se escapó milagrosamente. También hay que apuntar que tuvo el gesto torero de alegrar la tarde a un niñito con cáncer que desde la barrera trepidaba con su ídolo.
Roca apostó, como es habitual, a la carta del poder y el valor. Y, como es habitual en estos tiempos de redes sociales idiotizantes, cautivó al personal con ese arrojo casi irracional que hace pasar a los toros por donde parece imposible. En la cercanía de los pitones, bajó la mano y salieron muletazos bastante logrados con la diestra y con esa demostración se justificó ante la concurrencia que acudió en masa a verlo imantada por esa forma tan electrizante del peruano. En sus dos faenas se sucedieron los derechazos como se suceden los mensajes de whatsapp en los grupos de amigos, torrenciales y espontáneos. Y poco más.