(OPINIÓN)
Por Álvaro Acevedo
Por desgracia hay palabras que alcanzan en este preciso instante su verdadero sentido. La catástrofe de Valencia ha adquirido unas proporciones tan descomunales que ahora sabemos al fin lo que es una auténtica tragedia. Esto, y no que se te muera el perro.
También hemos sabido hasta qué límites puede llegar la indignidad de la clase política, cómo incluso ante semejante ruina, ante un dolor tan profundo e intenso, los supuestos representantes del pueblo analizan el escenario y deciden la estrategia a seguir para pretender salir indemnes y dañar de camino al contrario. Ni el más doloroso desamparo, ni un drama tan profundo, tan irreparable, es capaz de conmover a estos miserables. Los desprecio con todas mis fuerzas.
El mundo del toro empieza a moverse, a arrimar el hombro cada uno como puede. Yo pido que todo se haga con un respeto reverencial, sin exhibicionismos, de corazón. Cuando Victorino Martín y El Soro -no sé qué pinta Enrique Ponce en Lima saliendo a hombros, la verdad- empiezan a anunciar su intención de promover la celebración de festivales benéficos, hay quien puede caer en la tentación de demandar que sea Barcelona una de esas plazas que los acoja.
Yo no creo que sea una buena idea, pues no debemos gastar un minuto de tiempo en otra cosa que no sea la misión esencial, única, urgente: ayudar a toda esta gente que tiene ahora mismo un solo horizonte en la vida, una meta que nada tiene que ver con el futuro, porque no hay futuro: quitar el barro, poder lavarse, tomar su medicina, comer caliente, enterrar a sus muertos. Y luego si se puede, ver amanecer. Luis Blázquez (en la imagen, con los novilleros Miguelito y Aarón Palacio) lo podría explicar mucho mejor que yo.
Pero tampoco es una buena idea la hipótesis de la Monumental de Barcelona porque, en el fondo, un pulso de este tipo vendría a pretender la utilización particular de la tragedia. No es el momento de poner en evidencia al enemigo, que es lo que sí haría un político sin escrúpulos. Ahí están las plazas de Valencia y Madrid para esos festivales, poniendo todos de nuestra parte pero sin golpes de pecho, sin presumir de nada, e insisto, sin aspirar a ningún tipo de publicidad a costa de un desastre tan devastador. Nuestro deber es otro: tenderle la mano a quien lo necesita sin pretender nada a cambio. Esto es generosidad. Cualquier otra cosa, un cinismo propio de demagogos y políticos, y ustedes perdonen la redundancia…