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EL OMBLIGUISMO, ENFERMEDAD INFANTIL DEL TAURINISMO

(OPINIÓN)

Por Paco March

Encantado de conocerse, el taurinismo vive instalado en su propia burbuja sin enterarse o quererse enterar de que allá fuera la vida sigue su curso entre zozobras y esperanzas, y en ella la tauromaquia se aparece para muchos como una reliquia del pasado, un arcaísmo trasnochado del que algunos han hecho santo y seña patriótica desde una indisimulada apropiación indebida que poco beneficia a la causa y sí la perjudica. Frente a ello, el discurso contrario, puritano y censor, auspiciado por los poderes políticos y mediáticos autoproclamados “progresistas”, va calando en el sentir social con el (falso) animalismo como banderín de enganche. Ha sido empezar el nuevo año y dos muestras de uno y otro signo lo corroboran.

Así, ayer jueves los de AnimaNaturalis, con la inevitable Aida Gascón al frente, llevaron al Congreso de los Diputados la documentación para empezar la recogida de firmas (medio millón de ellas es el reto) que en forma de ILP revoque la Ley 18/2013 que proclama la Tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial. Una figura jurídica que se consiguió, a iniciativa con tintes quijotescos de la Federación Taurina de Catalunya, tras la prohibición del Parlament catalán en 2010 y por el mismo procedimiento: 500.000 firmas a favor de la tauromaquia (150.000 de ellas en Catalunya).

Descontada la receptividad que ello tendrá y el apoyo de gran parte de los grupos políticos, el objetivo es que se puede llevar al Pleno del Congreso en la legislatura recién estrenada, que en circunstancias digamos normales debería durar cuatro años pero que, visto lo visto, vaya usted a saber. En cualquier caso, de prosperar y como los propios promotores han advertido, la tauromaquia quedaría fuera del paraguas de la Ley estatal y del Ministerio que -en teoría- la ampara, el de Cultura, y pasaría a ser albedrío de los gobiernos autonómicos. Gobiernos autonómicos de distintos colores políticos y, en consecuencia, con posicionamientos diversos sobre la tauromaquia. Gobiernos autonómicos como el catalán, que ni siquiera ha tenido que acatar la Ley pues quien debía, Balañá, sigue tras el burladero del silencio. Gobiernos como el balear que se sacó de la chistera una Ley ad hoc pero que esconde la cabeza cuando el Coliseo Balear apuesta por dar toros. También otros, como el gallego o el asturiano, que si por ellos fuera no habría toros ni en Pontevedra o Gijón.

Que la pervivencia o no de la tauromaquia estuviera pendiente -aún más- del vaivén político territorial se antoja, creo, más que peligroso y por eso no acabo de entender las declaraciones de un viejo y sabio taurino como José Luis Lozano que se aferra a que, llegado el caso, serían los gobiernos autonómicos los que la salvaran. Entre otras cosas porque, barrunto, los territorios que en el mapa político se pintan de azul serían los favorables a la causa y los que lucen el rojo (en sus distintas tonalidades y también, aún, una leve sombra morada) los contrarios. Las dos Españas, vamos, con los toros como factor de desunión.

¿Y los “nuestros”? Tan contentos, si nos atenemos sin ir más lejos a la mismísima Fundación del Toro de Lidia (FTL) que, redes sociales mediante, se congratula de que una serie televisiva que a través de una gran plataforma llega a todos los rincones del mundo mundial incluya imágenes taurinas en su capítulo final, donde aparecen el protagonista y otro personaje en un tendido de la plaza de toros de Aranjuez contemplando como alguien ¡vestido de luces! torea… a un carretón. Una astracanada, vaya. Todo ello mientras el Ministro de la cosa sigue con su matraca franciscana.

Las primeras ferias del año, Valdemorillo y Olivenza, ya se han presentado, otros carteles de postín (Almendralejo, Brihuega…) también son oficiales, como en unos días lo serán los de Valencia, Castellón e incluso Madrid. Carteles que en su gran mayoría son un corta y pega de toros y toreros, unos con otros y de temporadas anteriores, apenas algún resquicio a la novedad y sí clamorosas ausencias o injustificadas presencias, de esas que refuerzan la nada conspiranoica teoría de que “el enemigo está dentro”.

Pero estamos en los primeros días del año y malo sería dejarnos vencer por la nostalgia o el pesimismo. Ya se lo dijo –Casablanca– Bacall a Bogart, mientras desde una ventana veían entrar en París a las tropas nazis: “El mundo se desmorona y nosotros nos enamoramos”.

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