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EMILIO DE JUSTO Y GINÉS MARÍN FLOTAN EN EL BARRIZAL DE BILBAO

Bilbao / Zalduendo

(CRÓNICA)

Por Juan Carlos Gil / Foto: BMF Toros-Estefanía Azul

Tarde típica de Bilbao: gris, con llovizna intermitente y con mucho enterado gritando desde el tendido. Y además la corrida de Zalduendo, aunque sin peligro aparente, no lo puso nada fácil, pues saltaron seis ejemplares bajos de raza y mansos en distintas versiones: los hubo huidizos, distraídos y aplomados. Con esa materia prima los extremeños Emilio de Justo y Ginés Marín triunfaron por su predisposición, por su buen toreo y por saber sobreponerse ante las adversidades climatológicas.

De Justo mostró que está en sazón, o lo que es lo mismo, que sabe aprovechar el mínimo resquicio para tallar naturales y derechazos de buena factura. Con el primero de su lote tuvo la virtud de provocar la embestida bamboleando la muleta. Y gracias a esa exquisita suavidad pudo ir hilvanando derechazo tras derechazo para conseguir tandas muy estimables por su hondura. También supo buscarle las vueltas con la zurda y los naturales, uno a uno, tuvieron largo trazo y buenos finales. Al quinto, también supo entenderlo a la perfección, y en esta ocasión con un toreo más en línea recta aprovechó la inercia de la embestida. Ya al final de su faena recetó una serie al natural con los pies juntos de mucho sabor.

Con la tarde metida en agua ya al final de la tarde, Ginés Marín tiró de imaginación, valentía y temple, y así pudo trenzar varias verónicas muy bien mecidas y abrochadas con una limpia media verónica. Con la muleta estuvo tan inteligente como decidido y le enjaretó al sexto toro tandas con la zurda tan macizas como templadas. Parecía imposible, pero Ginés llevaba a «Airoso» cosido en la muleta, como hipnotizado, y tan ceñido que entre ambos no cabía ni una mosca. Temple, ligazón y profundidad fueron los argumentos perfectos con los que cuajó una gran faena por ambos pitones que le sirvió para arrancar una oreja de mucho mérito.

Sebastián Castella poco pudo hacer ante el cornalón primero, que salvo los pitones no era digno de una plaza de la categoría de Bilbao. Inició su trasteo con la muleta con unos doblones suaves que pretendía asentar la descompuesta embestida de la res, que daba un violento cabezazo para quitarse la muleta. No se lo consintió Castella que, gracias a su perfecta colocación y a base de una aquilatada técnica, extrajo varios derechazos dominadores que eran rematados por debajo de la pala del pitón. Cuando parecía que había metido en la canasta a su oponente sobrevino el infortunio y el toro se lesionó la mano izquierda, por lo que hubo de cortar una faena que estaba adquiriendo una buena base. Ante el cuarto, salvo un par de naturales estimables, poco pudo hacer.

 

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