(OPINIÓN)
Por Álvaro Acevedo / Foto: Arjona
El listado de plazas desvastadas por empresarios de todo tipo, desde auténticos zascandiles hasta célebres «casas grandes» (lo entrecomillo para recalcar que tan desacertada expresión no es cosa mía) va alcanzando con el paso de los años proporciones escandalosas. No es de extrañar: cuando se estafa al cliente, éste deja de pasar por taquilla.
En esta web hemos denunciado por activa y por pasiva las prácticas de estos irresponsables. En las plazas menores (aunque no es exclusivo de ellas), una reducción del presupuesto hasta límites ridículos con toreros de oro y plata yendo medio de balde y toros a precio de cabras leprosas, todo ello con la inevitable pérdida de calidad del espectáculo.
Y en las grandes, una brutal subida del precio de las entradas para aumentar los ingresos pese a la reducción de papel vendido como efecto colateral, hecho que además se aprovechaba para pegarle una tijeretazo a los honorarios del torero cuando el apoderado se pasaba a cobrar por el despacho, y a veces hasta por ventanilla. El modelo arrancó en Barcelona y luego se extrapoló a otras muchas plazas, así que es lógico que hoy estemos como estamos con excepción de Barcelona, en la que ya no estamos de ninguna manera.
Todo valía en época de vacas gordas, hoy famélicas y algunas además moribundas. En contraposición a todo esto se habla poco del empresario taquillero, ese gestor que tiene una habilidad especial para recuperar plazas arrasadas, milagro que consuman a base de tiempo, riesgo y trabajo. Hay gestores que generan confianza e ilusión y su sola llegada a una plaza ya supone un atractivo; mientras que a otros les sucede como a ciertos toreros, que no es que no lleven gente a la plaza, sino que además la quitan.
Me contaba una vez José Luis Lozano que en los años sesenta había empresarios que podían vivir holgadamente con dos o tres plazas de toros de provincias (Almagro, Manzanares, Lloret de Mar, Hellín, Marbella, Aranjuez…) y el pasado fin de semana he recordado sus palabras al hilo de la corrida mixta que se ha celebrado en Andújar, plaza en la que se ha quintuplicado la venta de entradas en el breve plazo de 12 meses, rozando el lleno con un cartel formado por Diego Ventura, Sebastián Castella y Manuel Román.
Sin querer quitar méritos a la terna, el gran peso de la hazaña corresponde en realidad a los ocasionales empresarios taurinos José León y Antonio Sáez, que cogieron Andújar a primeros de año cuando nadie la quería y han trabajado sin desmayo a todos los niveles para obrar un milagro que algunos todavía no pueden creerse: una plaza muerta ha regresado a la vida. Lo normal es que su propietario, aprovechando esta resurrección, le alquile su gestión al mejor postor el año que viene, obviando cualquier otro tipo de méritos y antecedentes. Que ya hay oportunistas e incautos alrededor de la presa creyendo que la plaza se llena sola, lo sabe hasta el que asó la manteca. Es decir, que en 2024 Andújar volverá a estar en la UCI.