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INCENDIARIO REGRESO DE DIEGO VENTURA A LA MALAGUETA

Málaga. Toros de Benítez Cubero para Rui Fernandes, Diego Ventura y Martín Ferrer

(CRÓNICA)

Por Álvaro Acevedo / Foto: Joaquín Arjona-Lances de Futuro

Bajo un calor africano, una hora antes del festejo la gente ya se arremolinaba alrededor del camión de los caballos de Diego Ventura, principalísimo por no decir único artífice de que la plaza de la Malagueta estuviese prácticamente llena para ver la corrida de rejones. En la comarca hay mucha afición a los caballos y el líder del cotarro llevaba un lustro sin arreglarse con la empresa. No sé ustedes, pero visto lo visto yo creo que llevaba razón.

Para su regreso, un encierro de Benítez Cubero con un primer toro que si saliera sólo de vez en cuando hacía una limpia en el escalafón que ni la peste equina. Cada vez que sentía un arpón en el lomo apretaba a una velocidad supersónica, poniendo a prueba el nivel de la cuadra de Rui Fernandes. El portugués la superó bien e incluso puso algún palo muy notable, pero las carreras con el aliento del toro en la grupa llegaron a ser angustiosas. El rejón de muerte fue de efectos fulminantes, tanto que nadie vio que había caído en los sótanos. Nadie, menos el presidente, que se guardó el pañuelo a pesar de una petición a todas luces mayoritaria.

Su enfrentamiento con el cuarto, un toro pacífico que acabó degenerando en marmolillo, fue de baja intensidad. Rui puso algún buen palo al estribo con «Ponce», pero luego abundaron las pasadas en falso y las farpas clavando a la grupa. Yo vi algún bostezo en los tendidos. Con su primero, ni hablar.

La cuota local se cubre en la de rejones con Ferrer Martín, que es de Vélez Málaga y responde al cariño de su gente con todo lo que tiene, unos caballos muy rústicos pero que van al toro como él, con toda la decisión y honestidad del mundo. Pródigo en carreras, gritos, gestos y alegría, ejecuta un rejoneo populista, lleno de limitaciones, pero supliendo sus carencias con un derroche de casta y voluntad.

Le cortó una oreja a un berrendo aparejado de buen aire por una labor más que nada comunicativa, por utilizar un eufemismo, pero mucho mejor, clavando arriba, reunido e incluso atacando de frente, fue su labor al buen sexto. Con quiebros y batidas de notable brillantez se estaba ganado cerrar su tarde en triunfo, pero esta vez falló con el rejón de muerte y la salida a hombros fue un privilegio del que sólo gozó el hombre de la tarde, el gran Diego Ventura.

Hemos dejado para el final el taco apoteósico que lió el jinete de La Puebla del Río, con la plaza a pique de salir ardiendo o algo así. Su recital de galopes de costado y cambios de grupa a lomos de «Nómada» frente al segundo de la tarde fue portentoso de temple y ritmo, pero casi nada comparado con la que formó montando a «Bronce». Sin la ayuda de la cabezada y con una expresión bárbara, el caballo envolvió al toro en su cuerpo y Diego clavó farpas y banderillas a dos manos entre el clamor del gentío, que estalló de éxtasis en los bocados que «Bronce» le tiró al toro de Cubero, muy noble, menos fiero que el caballo. Cambiado el tercio, tres rosas ligadas precedieron a un rejón de muerte en todo lo alto, pidiéndose con un frenesí de otros tiempos los máximos trofeos para el fenómeno de La Puebla del Río. No hubo forma de ablandar al presidente, que dejó el premio en dos orejas.

Mucho más difícil se lo puso el quinto, pero su superioridad es tan absoluta que al final le dio lo mismo. Recibido el toro con «Guadalquivir» y viendo que podía degenerar en reservón, apostó por cambiarlo con un único rejón de castigo para ofrecer una lección lidiadora y de sentido del espectáculo montando a «Lío». Sus alardes de doma como el tierra a tierra y el paso español prepararon con vistosidad las suertes, todas de gran mérito: un quiebro retranqueando hasta las tablas fue excelente; y otros dos más a toro parado, complejísimos, consumados gracias a la potencia del tordo para ejecutar el cambio y salir del peligro.

Viendo que su oponente iba cada vez a peor, no sacó un segundo caballo de banderillas, sino que a lomos de «Guadiana», su caballo de último tercio, hizo el resto. Un par fantástico a dos manos; tres cortas al violín jugándose la cogida; y dos rosas de regalo antes de otro rejonazo mortífero, también en todo lo alto, cerraron una lidia magistral a la vez que vertiginosa, que le valió otras dos orejas y una nueva petición de rabo. Que su apoteósica salida por la Puerta Grande sirva para recordar que este señor no debe faltar de ninguna plaza seria.

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