(CRÓNICA)
Por Álvaro Acevedo / Fotos: Joaquín Arjona
El titular de esta crónica hace referencia directa a Manuel Luque «El Exquisito», que mató un becerro de tan escaso volumen que cualquiera de nosotros le hubiera pegado pases… pero ay amigos, no como los suyos, unos lances y muletazos con un arte maravilloso, algo excepcional.
Hay quien profesa un rechazo visceral a los toreros de arte, y lo evidencian hasta el punto de negar su existencia. Por lo visto todo esto es un cuento chino, «una patraña», he leído hace unos días. Desde Cagancho a Morante; desde Gitanillo a Rafael de Paula; desde Rafael El Gallo a Curro Romero… (podríamos seguir, pero no demasiado) todo esto es un invento de cuatro chuflas. Estupendo, yo me incluyo gustosamente entre ellos.
El festival de Higuera de la Sierra fue por momentos una delicia, un espectáculo plagado de esas exquisiteces a las que hacíamos referencia. Los novillos de Osborne tuvieron mucha nobleza y las fuerzas bastante medidas, lo que propició que los toreros (todos ya inactivos) estuvieran muy a gusto. También el de Bohórquez que abrió plaza salió cogido con alfileres, pero el temple de Alejandro Amaya a caballo permitió que el animal se asentara y desarrollara toda su calidad. Amaya lo midió galopando lento de costado, muy cerca, y puso varios palos con una sobriedad y pureza llamativas, siempre yendo muy de frente hacia su encuentro. Su actuación fue impecable.
Ya a pie, compareció vestido de charro Óscar San Román, que llevó con mando en una buena faena a un ensabanao superclase de Osborne, premiado con la vuelta al ruedo. No se puede embestir con más ritmo y son que lo hizo este precioso novillo. Yo diría hasta que embistió con arte, aun a riesgo de ser mal mirado por los que saben de esto. El otro mexicano, Alfonso Ramírez «El Calesa», se vistió de corto, que yo creo que era lo suyo, y dibujó lances y muletazos con un aire magnífico, muy en torero, con sabor y regusto. Sus pinceladas, frente a un animal demasiado blando, dejaron huella.
No obstante, y sin ánimo de barrer para casa, a los españoles les vi en situación de reaparecer. Con el cuerpo afinado, como si no estuviesen retirados, tanto Vicente Bejarano como Sergio Aguilar mostraron un nivel excelente. Bejarano, con chispa y gracia, le hizo una gran faena a su oponente desde que se abrió de capote. Dispuesto y entregado, su toreo arrebujado caló en los tendidos, y lo mismo sucedió con el recital de quietud y largos naturales de Sergio Aguilar. Con un gran dominio de la situación, siempre muy seguro y suelto de muñecas, cuajó limpias series con la mano izquierda en una faena redonda.
Para los dos novilleros sin caballos había preparados sendos erales demasiado pequeños, lo cual dificulta el análisis de sus actuaciones. No obstante, vi a Jaime Padilla todavía muy nuevo, pero con tremendas ganas y la búsqueda continua de meter el pecho al llegar el becerro al embroque. Su corpulencia ante un oponente tan insignificante desentonó llamativamente (y también su muleta, demasiado pequeña), pero de lo primero no tiene el chaval la culpa, y lo de los avíos tiene solución. Hay que esperar a ver cómo evoluciona porque está prácticamente empezando.
Más tiempo lleva El Exquisito, que tras convertirse el año pasado en el triunfador moral de las novilladas sin caballos de Sevilla, me habían dicho que para este año sería Morante y su gente quienes se encargarían de su carrera. Me debí enterar mal porque el muchacho se ha pasado el año prácticamente en blanco. Es una lástima: desde sus lances como los de los gitanos antiguos, pasando por su terso toreo al natural con los vuelos suaves por el albero, los de pecho muy puros barriendo el lomo del eralillo, sus redondos ajustados, sus adornos de deleite y sus bellísimos ayudados finales cargando la suerte, tuvieron el duende, la pureza, el aroma y el arte de los elegidos. ¿Se puede llegar a alguna parte toreando de esta manera que roza lo milagroso? Posiblemente no, pero donde se anuncie El Exquisito yo estaré allí para verle.
