(OPINIÓN)
Por Álvaro Acevedo / Foto: Alfredo Arévalo
La presencia del novillero supone un aliciente añadido en un festival. Está menos visto, se mide con toreros cuajados y se juega mucho más que el resto de toreros juntos. Su respuesta siempre es una incógnita. En Moralzarzal toreaba Fabio Jiménez, que es un novillero que se coloca bien. Por ahí hay que empezar.
Porque en el toreo lo primero es la colocación. Sin estar colocado, empezamos al revés y luego ya todo lo demás no puede ser bueno. Toreó Fabio un novillo de Jandilla con nobleza, y lo aprovechó para apuntar un toreo muy clásico, con gusto y pureza. Tiene un aire excelente este muchacho, y cuando se cuaje puede dar mucho que hablar.
La tarde en Moralzarzal, fresquita, estuvo aceptable de público y regular de toreo. En general los novillos embistieron poco, y especialmente complejos fueron los de Cayetano y Paco Ureña, los dos muy voluntariosos. Y noblote pero sin bravura, el de Manuel Escribano, templadísimo con el capote y también con la muleta hasta que el animal se paró, que fue muy pronto.
Mejor fue el de El Fandi, de su propia ganadería, y David lo toreó ligado y vibrante en una comunicativa faena, fiel a su desenfadado estilo. También con un buen toro de Garcigrande, Fortes cuajó naturales muy templados y largos, dentro de una notable labor malograda con la espada. Bien matado estuvo el toro de Fuente Ymbro, toreado con enjundia por Diego Urdiales. El animal tuvo empuje y el riojano cuajó dos series en redondo de gran categoría, las de más calado de la tarde.
Un malvado ganadero asegura que mis crónicas laudatorias son un rollo, y que las buenas son en las que largo fiesta sin piedad. Yo estoy de acuerdo con él, pero en un festival benéfico no es de recibo repartir estopa sólo por saciar las ansias de sangre de la plebe.
