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LA ESPADA REDUCE EL TRIUNFO DEL JULI Y EVAPORA EL DE ROCA REY

Bilbao / Victoriano del Río

(CRÓNICA)

Por Juan Carlos Gil / Foto: Estefanía Azul

Tarde de toros con mayúsculas y de toreros machos que dieron la cara ante un encierro de Victoriano del Río con muchos matices y entresijos. Empezó el festejo con el Aurresku de despedida a Julián López «El Juli» antes de iniciarse el paseíllo y la diosa fortuna le regaló el lote más potable del sexteto. En la tarde del adiós, el madrileño se justificó con el capote y volvió a dar una lección de inteligencia y poder, sobre todo ante el cuarto, un toro noble, cuajado y bien hecho que, a media altura, se dejaba seducir por la persuasiva muleta de su matador.

Julián, en medio de una fría tormenta que dejó el ruedo encharcado, calentó los tendidos en varias tandas diestras macizas, largas y de mucho temple. No era tan potable el toro por la izquierda, pero eso no fue óbice para que El Juli dejara varios pasajes al natural de mucho mérito. Con el graderío aclamando su nombre y antes de que terminara de rajarse su oponente, se lo pasó varias veces por ambos pitones. La espada no viajó certera y lo que parecía triunfo rotundo se quedó en una oreja de ley ganada a base de buena técnica, ambición y maestría, quizá el mejor resumen de su última etapa de matador de toros.

Roca Rey tiene el valor más desbordante del escalafón, aunque también es humano y con toda lógica se le vio dudar en un par de ocasiones ante un prenda que quería cogerlo con malignas intenciones. No obstante, ante un complejo animal que embestía a regañadientes y a la altura del corbatín, se plantó en los medios para robarle, en pleno vendaval, una serie diestra poderosísima, arrebatada, de mano baja y tan contundente que despertó, más si cabe, el mal genio de «Millonario», el elemento de Victoriano del Río. Éste no le perdonó tamaña osadía y en cada arrancada le buscó los tobillos al torero.

Ante el sexto, otro manso con genio y dos velas astifinas, inicio su obra con un pase cambiado por la espalda, con tan poco espacio, que el animal lo arrastró con los cuartos traseros, circunstancia que aprovechó Roca para improvisar un pase por alto de rodillas que hizo rugir a la masa que lo adora. Roca se puso muy de verdad, lo citó de lejos y, dejándole la muleta en la cara, la arrastró con mucha contundencia en varios derechazos pulcros, templados y rematados detrás de la cadera, que luego eran abrochados con largos pases de pecho. También se enfrontiló con la embestida por lado izquierdo y echando los vueltos al hocico pudo cincelar un natural que vale una tarde, porque fue capaz de acompasar la ferocidad de la acometida al ritmo pausado de su muleta, porque cosió la embestida sin que le enganchara la tela: una belleza mágica. La traca final, en la que intercaló redondos por la espalda y pases por alto, ya me interesó menos y al personal mucho más, pero eso es cuestión de gustos. El fallo a espadas le dejó sin premio.

Ureña tuvo una actuación con altos y bajos. Momentos sublimes en los que se entendió perfectamente con sus oponentes y otros en los que sobraban enganchones y despistes poco comprensibles como, por ejemplo, dejar que su lote se rajara por la mala elección de los terrenos. No obstante, hay que apuntarle en el haber un toreo reposado, de muchos quilates en los que destacaron dos magníficos naturales y varios derechazos largos y poderosos.

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