(OPINIÓN)
Por Paco March / Foto: Gerard Mas
Las bombas, la destrucción y la muerte –tan lejos, tan cerca– no impiden, parece, que la política y quienes la hacen sigan a lo suyo. Y así, en Catalunya vuelven a la carga con los toros, mejor dicho, con los correbous.
En julio de 2010 prohibieron las corridas de toros (luego el TC, ya saben, les dijo que de eso nada pero Balañá, el amo, como si oyera llover) y apenas dos meses después sus graciosas señorías blindaron –los votos son los votos– los correbous, tan populares en las tierras del Ebro (con mayoría de alcaldías en manos en ERC) pero también en otras zonas, como Cardona (que sigue con su tradición) u Olot. No hace falta insistir en algo que los hechos prueban: la supuesta coartada animalista, propiciada por entidades tan lucradas desde Suiza como Animal Naturalis o el PACMA (que impulsaron la ILP prohibicionista) no tapa el carácter identitario de la susodicha prohibición, en la que la identificación toros-España está en el meollo.
Han pasado trece años de la fechoría y salpicadas en el calendario han sido unas cuantas las ocasiones en que primero ICV y después sus herederos de EnComúPodem y también la CUP han seguido con la matraca inquisitoria, pero siempre pinchando en hueso y sin lograr su objetivo. Ahora, inasequibles al desaliento, como si les fuera la vida en ello y con la inoportunidad que les caracteriza anuncian una proposición de Ley que se tramitará e el Parlament la semana próxima. El argumentario (sic) es el habitual: “La tradición no puede ser una excusa para justificar actos que generen sufrimiento en los animales”. Y cosas por el estilo, como una apelación al cambio de sensibilidades en Catalunya respecto al tema.
Es cierto que –decíamos– ERC copa la mayoría de alcaldías en las que las diferentes modalidades de festejos populares, que no sólo los correbous (bou embolat, bou al mar…) son –o eso parece– patrimonio intocable, pero también lo es que los designios de la política, como los del Señor, son inescrutables y –tal que si fuera un gol en Las Gaunas– podría saltar la sorpresa y subirse al carro abolicionista.
Si, como parece probable, la proposición de Ley se admite a trámite, se abrirá un periodo de varios meses en los que pasará el filtro de las distintas comisiones y de ahí a un redactado final que, ese sí, sería el que fuera a la votación final. Puede ocurrir que en el trámite algunos aspectos del redactado inicial queden por el camino y otros se incorporen y, por supuesto, falta saber si la votación final en Pleno se atendrá a la disciplina de voto de los distintos grupos o si estos darán libertad a quienes los componen. En cualquier caso, lo único que parece seguro es que tanto la próxima semana como –si se da el caso, que se dará– en la votación definitiva, PP y VOX votarán en contra, los proponentes a favor y el resto ya se verá. Y eso, qué quieren que les diga, no hace más que reforzar al enemigo en su identificación sectaria de la tauromaquia con la derecha española y olé.
En su proceso de separación de España, Catalunya, quienes manejan el cotarro (políticos, medios de comunicación, opinadores…) vio en los toros , ya desde los primeros tiempos pujolianos, el elemento diferenciador y consiguieron su objetivo, eso sí, con el colaboracionismo por acción y omisión del propio sector taurino, incapaz de articular un discurso más allá de los tópicos y también de una respuesta política y administrativa con el suficiente peso. Y así, mientras el “de momento” de Balañá se eterniza y La Monumental sólo abre sus puertas para eventos veganos (qué vergüenza, qué insulto a la memoria), la afición catalana busca refugio más allá de esas tierras del Ebro que ahora ven, vuelven a ver, amenazados los correbous.
Por cierto. En los años previos a la infausta votación de julio de 2010 en el Parlament y también en las sesiones previas de la comisión, volvió a quedar de manifiesto que no todos los defensores de los correbous lo eran de las corridas de toros y que la prohibición de éstas nada les suponía. Un desencuentro que no ha sabido y/o querido corregirse. El blindaje antes citado, los hechos posteriores, parecían darles la razón, pero no estaría de más recordar aquello tanto tiempo atribuido a Bertolt Brecht y que resultó que no era suyo:
“Primero vinieron a por los comunistas, pero yo no dije nada porque yo no era comunista; luego a por los judíos, pero no dije nada porque yo no era judío; luego a por los sindicalistas, a por los católicos…luego vinieron a por mí, pero entonces ya no quedaba nadie que dijera nada”.
Pues eso.