(LIBROS)
Por Paco March
A final de julio el toreo mira a Azpeitia, villa natal de San Ignacio de Loyola, a los pies del macizo de Izarraiz, bañada por el río Urola. En el corazón de Euskadi. Allí, en honor al santo, a cuyo imponente santuario acuden peregrinos de todas las procedencias, se celebran las fiestas patronales, los sanignacios. Y en Azpeitia, como en tantos otros cientos de ciudades y pueblos, no se entienden las fiestas sin los toros. Este año, tres corridas los días 30, 31 y 1 agosto, con tres carteles que, dice Joxin Iriarte, “son los mejores» en los veintidós años que lleva al frente de la Comisión Taurina.
La Feria de San Ignacio en Azpeitia sólo se ha suspendido en cuatro ocasiones, dos, en 1936 y 1937, por la Guerra Civil; y otras dos, en 2020 y 2021 a causa de la pandemia. La tradición taurina de Azpeitia es ancestral (se data en 1522) y tiene unas señas de identidad muy marcadas, en las que juegan tanto la historia como la geografía y el carácter de sus gentes. A su plaza de toros, inaugurada en 1903 y con capacidad para 3.500 personas, se la conoce -no sin razón- como “La Bombonera”.
A ellas, a Azpeitia y a La Bombonera llegó por primera vez en 1985 el periodista Ignacio Älvarez Vara, “Barquerito” en su firma, y fue un flechazo mutuo, un vínculo indestructible así que pasen los años. Llegó Barquerito a Azpeitia enviado por Diario 16 para cubrir la feria de ese año. Y siguió haciéndolo hasta 1996. Después, ya para otros medios, nunca faltó a la cita.
De aquellos primeros once años, de aquellas crónicas taurinas que, en fondo y forma, escapan a tal reduccionismo, da cuenta el libro-homenaje que, por iniciativa de sus amigos Agustín Díaz Yanes y Maxi Pérez, acaba de publicarse con un título inequívoco: TOROS EN AZPEITIA. Escribe Díaz Yanes en el prólogo que conoció a Ignacio Álvarez Vara “unos años antes de que se trasmutara en Barquerito y todos los que le tratamos en aquella época pensábamos que por su inteligencia, cultura, lecturas, sensibilidad y parecido con Kris Kristofferson, estaba llamado a pilotar grandes empresas culturales. Pero, la misma hada que le espolvoreó con tantas cualidades, le inoculó una aversión total para lo que se conoce como la Feria de las Vanidades. Así que, para evitar tentaciones, Ignacio Alvarez Vara se hizo cronista taurino y firmó sus crónicas como Barquerito”.
Y sigue el cineasta madrileño: “Cuarenta años después, sus reseñas, escritas en un castellano profundo y limpio como los naturales de Antoñete, le han convertido en un clásico, un maestro admirado por lectores, colegas y toreros”. La escritura de Barquerito es una delicia en la que conocimiento y sensibilidad van de la mano en un relato que, continúa Díaz Yanes, «para los que como yo tardamos mucho en acercarnos a este pueblo misterioso enclavado en el centro de Guipúzcoa, las crónicas de Barquerito eran lo más parecido al mapa de La Isla del Tesoro o las crónicas de la caída de Constantinopla”. Doy fe de ello.
Diría incluso que -en términos del neolenguaje al uso- Barquerito puso a Azpeitia en el mapa, también en el taurino. Más aún: en la nota final de edición, que firman Máximo Pérez y Gerardo Cornejo, se destaca que fueron precisamente los años en que Barquerito firmó sus crónicas (que también, como todas las suyas, de cualquier lugar, eran postal, historia, descubrimiento, amistad…) para el suplemento taurino de Diario16 (salvo 1988 y 1991, que no pudo acudir) los de la ausencia de toros en San Sebastián, desde la desaparición de El Chofre y la inauguración de Illumbe, dando así a Azpeitia categoría de bastión taurino en Guipúzcoa. De ello hacía referencia en su primera entrega, el 8 de agosto de 1988. Escribía Barquerito:
“El orgullo de los guipuzcoanos por su única feria viva hace que Azpeitia responda todos los años al estímulo. Es una feria que probablemente gusta a los toreros, a pesar de contar de antemano con una circunstancia seria. Es norte y, por tanto, sale el toro. Pero a cambio todos los toreros que conocen la plaza saben que uno de los pocos sitios de España donde al torero se le sigue tratando con respeto decimonónico- tratamiento de señor y de héroe- es precisamente Azpeitia”.
La feria de ese año se abrió con una novillada, pero fue la corrida de Murteira Grave -que ha seguido lidiando en Azpeitia, pese a su práctica desaparición de la temporada española y que este año también se anuncia- con un toro que rondaba los 700 kilos. Esplá (habitual y querido en los sanignacios), Espartaco y Pepín Jiménez en el cartel. La corrida, muy seria y parada, resultó un trago para la terna, quedando -Barquerito dixit- “una sensación de encerrona. Pero, eso sí, la plaza se llenó, colgándose el cartel de Ez dago sarrerarik, es decir, “no hay billetes”.
Barquerito es un escritor admirable que cuando lo hace de toros utiliza un lenguaje tan preciso como carente de descalificaciones. Ve la corrida a través del toro y a partir de ahí no enjuicia sino que describe al torero. Y ese es su sello de distinción. Basta recorrer las páginas de esa pequeña joya que es el libro que ahora ve la luz (búsquenlo, háganme caso) para certificarlo, por si falta hiciera.
Barquerito – también Díaz Yanes y Maxi Pérez- estará en Azpeitia en estos sanignacios de 2023 para dar cuenta de lo que ocurra en el ruedo, pero también de todo lo que acontece antes y después de la corrida, algo así como un cuaderno de bitácora en el que anota la vida y sus gentes. Azpeitia, gobernada por alcaldesa de EH Bildu, fuerza política mayoritaria desde hace años, se abre al toreo sin remilgos y La Bombonera es el lugar de acogida perfecto, mientras por las ventanas del convento vecino (cuya orden religiosa, las Siervas de María, recibe el beneficio económico de la feria) las monjas asoman por las ventanas e incluso suman sus blancos pañuelos a los del público si así se tercia. Quienes hemos visto toros en Azpeitia siempre queremos volver a una plaza que tiene banda sonora propia, de música festiva (acompañada por los espectadores con cánticos en euskera) y con el impresionante zortziko fúnebre de Aldalur como momento cenital de cada corrida. Justo en el inicio del arrastre del tercer toro, todo se detiene, matadores y cuadrillas destocados, público en silencio y en pie en honor al banderillero de la vecina Deba, José Ventura Laka, muerto tras ser corneado por un toro de casta navarra en la plaza de Ayuntamiento azpeitarra en los sanignacios de 1841.
En el libro recién publicado van dos homenajes: a Barquerito y a Azpeitia. Y, con ellos, al toreo. Todo ello en apenas 120 páginas. En corto y por derecho. Al final de su lectura solo queda gritar por lo bajini: «¡Viva Barquerito ! ¡Gora Azpeitia!».