(OBITUARIO)
Por Álvaro Acevedo / Foto: Archivo Cuadernos de Tauromaquia-Carlos Núñez
He aquí un ser irrepetible que le dio una lechuga a un novillo antes de negarse a matarlo, y luego degolló a un pato frente a los antitaurinos de Londres que lo sacaron del calabozo. Toreó con dos muletas; le puso un anuncio de lavadoras al vestido de Luis Reina; corrió las maratones de todo el mundo hacia delante y luego las corrió para detrás; y tuvo un apartamento en Caparica donde los mapas del mundo estaban colgados del revés, porque en ningún lugar está escrito que África tuviese que estar por debajo de Europa.
Culto, surrealista, provocador y valiente, denunció a periodistas trincones, se mofó de los animalistas, y libre como un siroco, vivió cuánto, cómo y dónde quiso, sin importarle lo que opinara el resto de la gente, incluidos ésos que lo tachaban de loco, cuando estaba más cuerdo que todos nosotros juntos. Con su pelo de científico genial y su ropa desastrada, la sonrisa que le acompañó era el reflejo del alma, un espíritu libre que coleccionó amigos por el mundo sin necesidad de poses y con una botella de agua en el bolsillo del pantalón.
Echaré de menos sus llamadas, sus cataratas de ideas, y ese saber reírse del mundo, empezando por él mismo. «¡¡¡Acevedoooo!!! ¿¿¿Qué dice Cervantes???», me gritó un día en el silencio de la Maestranza, al ver a mi lado a un versado cronista que en el tercio de varas del primer toro ya había tomado dos folios de anotaciones.
Era un ser superior, y no sólo porque ideara la corrida flamenca en la que Camarón le cantó a Curro y José Merce, al Paula, sino porque además aquello se le ocurrió en una casa de putas. Sólo le atormentaba la idea de que un día no pudiera valerse por sí mismo, pero ese miedo ya pasó. Murió ayer en Zafra víctima del frío el hombre que cortaba las temporadas cuando las cortaba Morante. Pánico en el cielo, que va para arriba Diego Bardón…