(OPINIÓN)
Por Álvaro Acevedo / Fotos: Francisco José Díaz
Pensaba reaparecer en este blog con la llegada del nuevo año y un inofensivo artículo sobre los crímenes que se han cometido con motivo de la confección de Las Fallas de Valencia, pero no me he podido resistir y adelanto el regreso por culpa de unos majaretas. Merece la pena, pues siempre es más bonito escribir de locuras que de miserias.
La imagen que ilustra este texto da fe de una apuesta condenada al fracaso. Bendecidos por un genio que se resiste a serlo -ese Talavante de mis culpas- Murillo Márquez y Tomás Campos sellaron en tierras de Olivenza la alianza por la cual pretenden lanzarse a una aventura imposible. O sea, la de un matador retirado que pastorea ovejas metido a apoderado de un torero sin cartel, ambos por supuesto tiesos como la mojama. De traca.
Resulta sin embargo que a ambos les une la pasión por el arte de torear, que es en realidad lo que nos mantiene aquí a todos, mercaderes del asunto aparte. Un cualquiera le pega tres muletazos con mucho temple y mucho compás a una erala podrida y el que sienta el Toreo de verdad ya se va feliz a su casa. Si el que los pega es uno mismo, entonces nos podemos morir tranquilísimos no sin antes haber hecho el amor (cargando la suerte) para celebrarlo. Si no se reconoce en este supuesto, dedíquese a otra cosa, en serio.
Murillo Márquez vio torear a Tomás Campos con la armonía, la cadencia y la pureza que sólo tienen unos pocos elegidos, y pensó que si se le ocurría hacer eso mismo en una plaza, la tauromaquia saldría ganado. Yo estoy de acuerdo con él. Mano a mano con Israel Vicente -la parte supuestamente cuerda del equipo- quemará el teléfono móvil si hace falta intentando convencer a los mandamases del negocio de que tiene en sus manos a Juan Belmonte resucitado. Más o menos, como recitarle el Romancero Gitano a una calculadora con patas.
Y hablando del Pasmo de Triana, viene al caso recordar cuando le decía a su hermano Manuel que pusiera en las novilladas de Sevilla a Antonio Gallardo un domingo sí y otro también, sólo por verle torear con el capote. «Ponlo Manuel, si es el que nos gusta a nosotros…».
Pues eso, que ya sólo falta encontrar a un empresario que se llame Juan Belmonte.