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TOROS Y FLAMENCO (Recuerdo a Enrique Morente)

“Cómo se cita de frente
Con la verdad por delante
Uno más entre la gente
Y sin embargo un gigante

Y Morente fue Morente
Y la gloria fue más gloria”
(“A Morente”, canción. Javier Ruibal)

Por Paco March

El pasado 29 de octubre se cumplieron 35 años de la primera Corrida Flamenca (en realidad, un Festival a beneficio de la Fundación Tagore), idea del inclasificable torero extremeño Diego Bardón que, como él mismo explicó años después en un artículo en el diario HOY, nació en un conocido prostíbulo de Salamanca regentado por La Amara, una mujer que -escribe Bardón- “se encontraba a gusto entre gente instruida y por la noche su prostíbulo se transformaba en salón literario al que acudía la bohemia de la ciudad y los que en ella se instalaban, casos de Antonio Gades o Caballero Bonald. También el genial Bambino, que se arrancaba a cantar mientras Bardón toreaba de salón, jaleados por la selecta concurrencia. De las conversaciones entre ambos nació esa corrida flamenca, con la premisa de que “el cantaor tiene que entrarle al torero con cantes cortísimos, casi sólo con palabras exclamativas”.

Llegado el día, el experimento no funcionó. El cartel, de arte puro por los cuatro costados (Curro Romero con Camarón; Rafael de Paula con José Mercé; Pepe Luis Vázquez con Rancapino; Curro Caro con Pansequito; Lucio Sandín con El Nano de Jerez; y el novillero Emilio Rey con El Niño de la Ribera) sólo congregó a la mitad del aforo del Coso de Badajoz y la experiencia la resumió así Bardón: “ Me enfrenté a un problema que no pude solucionar. Actuaron siete flamencos que cantaron y cantaron sin que lo justificase lo que iba ocurriendo en el ruedo. Sólo Chiquetete, que es aficionado formidable, lo entendió y se negó a participar”.

No hubo compás entre toreros y cantaores pero sí instantes fugaces como en un recorte de El Faraón y posterior desplante sonriente mientras Camarón seguía cantando. O en una media verónica de Rafael, inmensa, lentísima, en la que el cante de Mercé sí se conjuntó al prodigio.

En años posteriores, como «Corrida Flamenca», se han anunciado otros festejos, tanto en España como en Francia, como la que cada año se da en Saintes Marie de la Mer. También, a lo largo del tiempo y como ha recogido con erudición el arquitecto, flamencólogo y gran aficionado taurino José Morente, en letrillas y coplas los flamencos han cantado al toreo, tanto en las glorias como en las tragedias. Si La Niña de los Peines lo hizo por bulerías a la competencia Lagartijo con Frascuelo; Manolo Caracol lo hizo a Manolete, de quien fue gran amigo: “Tiene los ojos cerrados/el mejor de los toreros/también se llama Manuel/lo mismo que El Espartero”. El mismo Caracol que estremeció a La Maestranza cuando, desde las entrañas, le cantó a Paco Camino. Y por tangos le puso música y cante Enrique Morente a la poesía tan torera de José Bergamín.

Se cumplen ahora trece años desde que Enrique Morente se fuera como del rayo un 13 de diciembre, pero su huella permanece indeleble. El cantaor granaíno aportó al flamenco el asombro, desde el clasicismo y la heterodoxia, entre lo viejo y lo nuevo. Y Morente, como tantos flamencos, tuvo en el toreo caudal de inspiración. Porque Morente hubiera querido ser torero.

A compás anduvo por el cante y la vida Enrique Morente dejando su impronta, hecha de verdad y compromiso, que así debe ser el toreo. Enrique Morente jugaba al toro con sus hijos. Si nunca escondió, al contrario, su compromiso social, tampoco lo hizo (menudo era, tan libre siempre) con su afición taurina. Y cantó al toreo, como en esa maravilla de “Los tangos de la plaza” de su admirado amigo José Bergamín: “La plaza por ser la plaza/tiene una mitad de oro/ y la otra mitad de plata”…”esa música, ese cante/ese melodioso eco/que escuchamos con los ojos/y con los oídos vemos/Esa soledad sonora/esa música de silencio/ese inaudito invisible/Saber que es sabor del tiempo/esa ilusión del sentío/Saber y sabor torero/Es más que Romero y Paula/quintaesencia del toreo”.

Si la Corrida Flamenca inventada por un iconoclasta como Bardón apenas trascendió la anécdota, la innegable y fructífera simbiosis de flamenco y toros, dos manifestaciones artísticas que se retroalimentan para enriquecerse, ahí sigue y seguirá. Como sigue y seguirá el legado humano y artístico de Enrique Morente y su cante que cruje el alma como una media verónica eterna de Morante de la Puebla. Sólo una vocal los distingue.

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