(OPINIÓN)
Por Alfonso Santiago / Foto: Alfredo Arévalo-Plaza 1
Conocí a Diego Urdiales cuando la celebración de los 25 años de alternativa ni tan siquiera era un sueño lejanísimo. Apenas había recibido el abrazo del maestro Paco Ojeda en la plaza de Dax y el libro de su carrera estaba por escribir. Tampoco imaginaba entonces que se lo iban a poner tan sumamente difícil, que iba a tener que sortear tantos obstáculos, que los tentáculos del poder iban a querer orillar a un torero con tantas cualidades.
Nunca perdió la fe. Ni la esperanza de llegar a alcanzar su objetivo. A mí mismo, en aquellas ferias del Zapato de Oro de Arnedo en las que teníamos charlas interminables cuando ni le llamaban para torear un par de vacas en el campo ni casi nadie le tenía en cuenta, me parecía increíble que un hombre creyera tan firmemente en sus posibilidades.
Fue entonces cuando me di cuenta de que detrás de ese torero brillaba una extraordinaria persona. Diego era cabal, auténtico, sin dobleces, con unos valores arraigados muy profundamente. Y a mí, que he tenido como norma apartarme de los falsos abrazos del taurineo, me pareció que ese tío de Arnedo merecía no sólo contar con la oportunidad de demostrar quién era como torero -de ahí mi constancia a la hora de escribir y de hablar de él en la época en la que pocos gastaban tiempo en fijarse en Urdiales-, sino que su persona también merecía toda mi admiración.
Con el paso de los años fue demostrando que él tenía razón, que el toreo no podía perder un concepto tan bueno, tan puro, tan auténtico. Y fue creciendo en la profesión. Mucho más, incluso, de lo que podíamos pensar en su momento. He de reconocer que, aun creyendo en su mucha valía, jamás pensé que su dimensión iba a ser tan profunda e importante. En eso también nos dio otra lección.
Como las ha seguido dando siempre, pese a tener que navegar tantas veces a contracorriente. Pero su verdad la ha defendido fuera y dentro del ruedo de la misma manera. Ha sabido decir no cuando tenía que decirlo, pese a que todo le indicaba lo contrario. Ha plantado cara a empresarios poderosos que no le querían respetar y luego tuvieron que recurrir a él. Ha sabido caminar con la cara muy alta sabiendo que la única senda que debía de seguir era aquella de torear cada vez mejor, mejor y mejor. Y también lo ha conseguido.
Por todo ello, ahora que comienza el año en el que celebrará esas Bodas de Plata como matador de toros, quiero hacer público mi reconocimiento a un grandísimo torero y a una persona realmente excepcional.
Urdiales, ojalá tengas ocasión de disfrutar este año de tu toreo, será la señal inequívoca de que los demás también vamos a disfrutar. No hace falta que te diga más. Bueno…, sí, gracias por haberme dejado conocer de verdad a Diego, ese chico de Arnedo que soñaba hace ya tantos años con ser lo que finalmente ha llegado a ser.
En este mundo del toro plagado tantas veces de falsedades… eres un tío muy de verdad.