(OPINIÓN)
Por Álvaro Acevedo
No hay nada más descarnado que la decadencia, ese aviso sin tapujos de que el final está a la vuelta de la esquina. Joaquín Sabina nos lo ha anunciado en su último vídeo clip, otra obra de arte, porque la decadencia también puede adoptar una estética hermosa, más bella que cualquier canción de amor. Este último vals es en el fondo un inventario del camino, un obituario en primera persona.
Yo quería torear en Madrid y brindarle un novillo a Joaquín Sabina, cuyas canciones me han acompañado siempre. Todas sus canciones, todas sus letras, todas sus mujeres. Todo su alcohol, su droga y su tabaco. Todos sus fracasos. Pero los Lozano me llamaron el domingo de antes y bastante tenía yo con rezar lo que supiera como para ponerme a buscar el teléfono nada menos que de Joaquín Sabina, decirle que era un novillero desconocido y que le invitaba a los toros. Y que le brindaba un novillo y que además iba a pegar un petardo. Y que luego me podría hasta hacer una canción así en plan de cachondeo, como la del Dioni.
Luego me equivoqué y anduve medio bien por allí, y hasta me escribieron unas crónicas cojonudas, pero no fui capaz de lo más importante: llamar a Sabina. Y no fui capaz porque yo no era José Tomás.
Sabina es como el Antoñete de la música, un símbolo de algo a medias entre lo clásico y lo maldito, entre lo canalla y lo cabal, entre el crápula y el dandy, un torero con alma de poeta o un poeta con mechón blanco de torero, da igual si en las manos hay una muleta o una guitarra, un güisqui o un cigarrillo. Como Antoñete, se va a retirar si es que lo hace cuando no pueda con sus huesos.
En la penumbra de la barra le canta Sabina a los recuerdos, ya en paz con todo el mundo, y va llegando su gente para tomarse la última copa, fumarse el último cigarro, bailar el último vals. Entre ellos no estoy yo, porque yo no era José Tomás… En septiembre volverá Joaquín a la Maestranza para arrastrar su voz ya cascada de tantas aventuras, y buscará el aire como lo hacía Chenel en sus últimas boqueadas de lila y oro. Estaré allí para verle. Y si el que un día vuelve es José Tomás, también.
1 comentario. Dejar nuevo
Genial como siempre Alvarito, no en diminutivo, si con admiración y respetuoso cariño de amigo y asiduo lector. Cierto que no eres José Tomás, pero más cerca del escrutinio y juiciosos comentarios te los pasas. Enhorabuena