(OPINIÓN)
Por Paco March / Foto: @zaragoza_toros
Así le cantaba La Bullonera a la capital de Aragón y lo he recordado ya en el AVE de regreso a Barcelona después de pasar allí el día, entre ofrendas a la Pilarica, reencuentro y comida con amigos y, apurando los cafés, todos a los toros (Emilio de Justo como salvador de una corrida infausta).
Solo 300 km separan -o unen- Barcelona de Zaragoza y viceversa. Por San Jorge -Sant Jordi de libros y rosas en Barcelona- y para el Pilar, siempre hubo trasiego de aficionados catalanes, más aún desde la prohibición que no es tal pero que sigue. Ocurre que la Feria de San Jorge en el Coso de la Misericordia y ya antes de los tiempos del covid, quedó casi en anécdota y la Feria del Pilar vive sin vivir en ella, a salto de mata con los cambios empresariales y la afición conspicua-el tendido 5 como reducto- alzada en armas. Con razón y razones, visto lo visto.
En tiempos como estos en que la opinión se transforma muchas veces en juicio sentencioso, en el caso de quien esto firma, asiduo ocasional desde hace décadas a una plaza que vio pasar de la dureza y la intransigencia previa al «preservativo», esa ocurrencia de Arturo Beltrán pionera de otras que vendrían después y que alivió al personal de los rigores del cierzo y las lluvias (luego, el cambio climático ese ha llevado a un agosto en octubre) al tiempo que también suavizaba las reacciones levantiscas del personal, sólo se trata de constatar.
Y constato que desde hace ya unos años la cosa va a peor. Muchas son las afrentas que soporta la afición maña y tienen que ver tanto con la Administración (Diputación General de Aragón y Ayuntamiento de Zaragoza) y sus pliegos y concursos que acaban siendo subastas, como la composición de los carteles, los bailes de corrales (25 toros se reconocieron para la corrida del martes, salvada in extremis de la suspensión) y la presentación de las reses, que en demasiadas ocasiones desdicen la categoría de la plaza. Y, además, este año sin televisión (aquí, me temo, con responsabilidades compartidas).
Duele Zaragoza, una ciudad, una plaza, que ha visto a las grandes figuras de todas las épocas, en tardes de gloria y también de tragedia (las manos del Dr.Valcarreres y sus sucesores han obrado milagros) y que cuenta con una afición tozuda como ella sola -les viene de cuna- por devolverle sino el esplendor de antaño -las cosas están como están- sí la seriedad perdida, una seriedad que se transforma en entrega absoluta cuando toro y torero lo propician.
Y de La Bullonera a Labordeta:
«Esta vetusta ciudad/ vieja como ninguna/ la amo, la odio/ la tengo un cariño ancestral»
(a pesar de que hayan cerrado Casa Emilio)